Linda Peretz, en la obra «No seré feliz, pero tengo marido»
Linda Peretz, en la obra «No seré feliz, pero tengo marido» - ABC
Crítica de teatro

«No seré feliz, pero tengo marido»: crónica de un matrimonio

«Se trata de un ágil monólogo en el que la protagonista repasa su convivencia conyugal de veintisiete años con un marido que aparece retratado en un gran lienzo horizontal colocado al fondo del escenario»

Madrid Actualizado: Guardar
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Hace ya trece años que Linda Peretz estrenó en Madrid «No seré feliz, pero tengo marido», gran éxito editorial de la escritora y periodista Viviana Gómez Thorpe adaptado y dirigido por Manuel Gómez Gil. Un millón de espectadores de diversos países ha visto esta diatriba antimatrimonial cocinada con malévola ironía, un algo de ternura y robustas dosis de complicidad con el público. Se trata de un ágil monólogo en el que la protagonista repasa su convivencia conyugal de veintisiete años con un marido que aparece retratado en un gran lienzo horizontal colocado al fondo del escenario y sobre el que la actriz va añadiendo pinceladas a lo largo de la función, como si con esos trazos completara el perfil de palabras que realiza de su matrimonio.

Linda Peretz, hija de una familia búlgara de raíces sefardíes, volvió a los escenarios con esta obra en 2014 tras separarse del productor teatral Carlos Rottemberg, con el que estuvo casada veintinueve años. Por eso asegura que la comedia de Gómez Thorpe contiene matices autorreferenciales de su propia experiencia. Quien lo probó lo sabe, que diría Lope.

Recuerdo la grata impresión que me produjo su trabajo cuando en 2003 vi por primera vez el espectáculo en el Muñoz Seca. Revisado ahora, constato que es una verdadera delicia ver cómo esta mujer se apodera del escenario con naturalidad pasmosa, comprobar lo bien que domina los mecanismos de la comunicación cómplice y cómo alterna el relato agridulce que la protagonista hace de su vida conyugal y sus conversaciones con los espectadores, a las que sabe sacar punta con tanta cordialidad como intención cotilla y buena memoria para los nombres y la situación sentimental de cada cual.

González Gil anima el monólogo con diversas voces en off: la del marido, las de los padres de esa Viviana pintora y, sobre todo, la de la abuela emigrante que siembra la función de consejos impagables («La mujer sólo sabe lo que es la felicidad cuando se casa, pero ya es demasiado tarde») o rotundos («La mejor manera de llegar al corazón de un marido es con un cuchillo y por la espalda»). El buen hacer de la oficiante hace volar el texto entre las risas del respetable, que aplaudió con ganas el regreso al Muñoz Seca de esta divertida y afilada crónica de un matrimonio roto.

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