Salinger, en una imagen de 1952
Salinger, en una imagen de 1952 - GETTY IMAGES

Los amores perdidos de Salinger

El francés Frédéric Beigbeder recrea en una novela el romance entre el escritor y Oona O’Neill

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Holden Caulfield se preguntaba adónde diablos debían ir los patos de Central Park en invierno, sí, pero seguro que a J. D. Salinger (1919-2010) le atormentó aún más otra pregunta: ¿adónde había ido a parar el amor de Oona O’Neill,ese romance que, según parece, acabó tirado en algún punto entre la playa de Utah y el horror de Dachau? Pregúntenle a Chaplin. O, mejor aún, a la guerra. Y es que, además de un un trauma que le acompañaría de por vida, la Segunda Guerra Mundial supuso para el autor de «El guardián entre el centeno» el abrupto final de su relación con la hija del dramaturgo Eugene O’Neill y futura esposa de Charles Chaplin.

Un episodio poco documentado en la vida del esquivo escritor que Frédéric Beigbeder se atreve ahora a novelar en «Oona y Salinger» (Anagrama), retrato de una relación «imposible» y ejemplo perfecto de lo que el autor francés entiende como «facción».

«Además de la ficción y la no ficción, tendría que haber una nueva categoría para la mezcla de hechos y ficción. Lo que hago yo es lo que los periodistas tiene prohibido hacer», explica Beigbeder, quien centrífuga toneladas de documentación y se cuela por las rendijas del relato para acabar imaginando las cartas que Salinger escribió a Oona desde el frente y que, asegura, la familia Chaplin guarda bajo llave en Suiza.

Oona O'Neill
Oona O'Neill - EFE

En el libro, que arranca con el francés quedándose a las puertas de la casa de Salinger –«tenía un rifle y me arriesgaba a morir», aclara–, Beigbeder imagina también otros episodios como el primer encuentro entre Oona y Chaplin, con el cineasta intentando convencerla de que Hitler le había copiado el bigote, o el profundo shock que le produjo a Salinger entrar en el campo de concentración de Kaufering IV. A esas alturas, Oona ya le había dado calabazas y el escritor, con los primeros capítulos de «El guardián entre el centeno» como ancla emocional, se internaba voluntariamente en un hospital psiquiátrico para aniquilar definitivamente a la persona y empezar a construir el mito.

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