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NO HUMILLES AL ASNO QUE MALTRATAS

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Yanukovich habló ayer desde la 'Casa Rusia' desafiando con su regreso al pueblo que masacró, como lo haría un vampiro que, después de un atracón, no se hubiese saciado de sangre. Anunció que volvería, pero que rechazaba cualquier intervención exterior. Justamente lo que piensa su anfitrión y mentor Vladímir Putin. Si bien nadie está en condiciones de valorar si estas palabras son una simple baladronada, una actitud deliberadamente suicida para calentar la situación o el deseo de rebajar la tensión que conduce a la guerra.

La revolución amenaza con cambiar la relación de fuerzas y el estallido de una bolsa de papel retrotraería a Europa a sus tiempos más negros. Que Rusia tense el músculo militar a las puertas de su excolonia invita a recordar que un tiro al archiduque de Austria nos animó a matarnos en la I Guerra Mundial. Los pesimistas ven en todo esto un equivalente de Sarajevo y creen que el menor error podría suponer una alarma incontrolada que acabe en un conflicto entre los bloques. Por eso Putin mantiene a buen recaudo a sus marineros en barracones. Para evitar que la provocación de los radicales antisegregacionistas que se dirigen a Crimea incendie con una cerilla ese polvorín planetario.

La situación es fea porque parece incontenible y todas las medidas de Kiev están pensadas para elevar al paroxismo el miedo y el cabreo de los rusófonos. Eliminar el ruso como idioma oficial es propiciar el sentimiento de orfandad de las minorías étnicas, sin calcular sus graves consecuencias. La península de Crimea, en la que se encuentra anclada la flota rusa del Mar Negro, es un 'collage' étnico. En él destacan como minoría mayoritaria los tártaros, deportados por Stalin por traidores y espías, hasta que regresaron y se sintieron protegidos por la Rusia moderna en un Estado intacto. Hoy vuelven a estar aterrorizados y temen otra limpieza étnica.

Los más benevolentes creen que Putin no hará estallar la situación sino que esperará, con Yanukóvich en la recámara, a que el Gobierno de transición fracase por incompetencia. Mantener a Ucrania en la órbita rusa sería una señal de poder para Putin, después del ridículo de la revolución al término de las Olimpiadas. Pero no es fácil que el Kremlin esté dispuesto a detonar la crisis. El despliegue de las fuerzas rusas puede haberse diseñado para asustar, y la perspectiva de un conflicto generalizado es todavía remota. Rusia reclama Crimea desde 1873, pero hay circunstancias que han contenido en el pasado sus deseos de expansión y las de hoy impiden escaladas innecesarias: la exposición de sus bancos, que tienen 22.000 millones de euros en el país, y la competencia del nuevo Gobierno constitucionalmente obligado a incluir a todas las comunidades étnicas.

Ni EE UU ni Europa permitirían otra cosa. Recuérdense los esfuerzos de Washington y Bruselas en la última negociación para salvar la cara a Yanukóvich y evitar que Putin se sintiera vencido. Parece que de nuevo se impone aquel proverbio: 'No humilles al asno que maltratas'.