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MUNDO

Llanto y resignación en el momento de la partida

El expresidente pasó las últimas horas de vida sumido en un apacible sueño que custodiaban sus familiares, políticos y miembros de su clan

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Una llamada telefónica alertó el martes al presidente sudafricano, Jacob Zuma, de que había llegado el momento de dejar marchar a Nelson Mandela. El agravamiento de la infección respiratoria que padecía desde hace meses y el exceso de líquido en los pulmones hacían imposible mantener con vida al icono de la lucha contra el 'apartheid'. Ya nada se podía hacer para retenerlo. Era la hora de partir. Así se lo confesó el médico del Nobel de la Paz al jefe de Estado, según relata en el diario 'El País' el periodista y escritor británico John Carlin.

Dos días después de aquella llamada, Mandela fallecía a las 20:50. El rápido y doloroso desenlace no impidió que sus familiares pudieran despedirse del carismático expresidente. Su mujer, Graça Machel, se había encargado la mañana del miércoles de avisar a los suyos de lo que ocurría tras conocer el alarmante informe de las autoridades sanitarias que velaban por Madiba en su casa en Johannesburgo. Fue ella quien les pidió a sus allegados que acudieran urgentemente a decir adiós a su esposo debido a la extrema gravedad de la situación.

Horas antes de morir Mandela -en su cama y rodeado por sus seres queridos- empezaron a llegar a su vivienda sus hijos, nietos y bisnietos. Entraban de dos en dos en su habitación y al cabo de un rato casi todos salían envueltos en lágrimas. En Sudáfrica, entretanto, una tensa calma se respiraba en las calles. El temor al fatal desenlace había vuelto a emerger con fuerza, sobre todo después de que la hija mayor del querido exmandatario, Maki Mandela, anunciara la víspera que su padre se encontraba en el lecho de muerte.

Entre las personas que acudieron a ver por última vez con vida al símbolo de la lucha contra la discriminación racial estaba su amigo Bantu Holomisa. Los últimos momentos que estuvo a su lado recuerda que tenía la apariencia de quien duerme plácidamente. «He visto a personas que están en sus últimas horas, y yo podía sentir que él se marchaba», afirmó a la agencia AP al recordar que cuando llegó al lugar unos veinte familiares estaban reunidos allí. Al atardecer se produjo la visita de los miembros del Gobierno y también de representantes de la tribu de Madiba, los Thembu, para efectuar una ancestral ceremonia que consiste en cerrar los ojos de la persona que muere.

181 días de vigilia

Fiel e inseparable se mantuvo hasta el último instante Graça Machel, que en los últimos 181 días de convalecencia de su marido renunció a todas las actividades oficiales para permanecer junto a Madiba. Según explica Carlin, durante todo ese tiempo, la antigua ministra de Educación de Mozambique, le cogía de la mano y aprovechaba para leerle libros, sin saber a ciencia cierta si Mandela era capaz de comprender lo que le narraba.

Las esperanzas y el cariño rodearon a Mandela en cada instante antes de su partida. Sin embargo, la llama de la vida del hombre que reconcilió a Sudáfrica y pasó 27 años en prisión se apagaba irremediablemente. En los últimos siete meses, el expresidente apenas pudo pronunciar una palabra. Tan sólo seguía a veces con los ojos los movimientos de las personas que le rodeaban y respondía con presión cuando alguien le apretaba la mano.