Tribuna

La perspectiva de Tersites

PROFESOR DE FILOSOFÍA DE LA UCA Actualizado: Guardar
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Entre todos los personajes de la Ilíada, me quedo con Tersites. Reunía deformidad corporal y grandeza intelectual y moral. Quizá ambas iban unidas. Los que gustan de mostrarse demasiado se arriesgan poco e intentan acomodarse a las corrientes dominantes para recibir los aplausos y ser el centro de los focos. Tersites, libre de toda exigencia estética, convirtió su carencia en signo de plenitud y sobresalía diciendo lo que sus colegas, tan bellos y forzudos, no querían ver o se callaban: que la guerra era estúpida, que combatían por los intereses espurios del rey Agamenón y que, por tanto, como diría el propio Aquiles (un tipo majo pero algo descontrolado.) más adelante, deberían volverse a sus casas y dejar a Menelao con sus cuernos y a Agamenón con su rapacidad. Es muy fácil guerrear para conseguir la estima de quienes están a tu lado; sin embargo, hace falta un valor rotundo para levantarse por encima de la perspectiva de los próximos, intentar mirar el mundo de manera más amplia y saliéndose de las presiones cotidianas, decir y decirse: mi honor no se juega ni en la mentira ni en la violencia arbitraria, sino en ver lo que son las cosas. Y en decirlo cuando la ocasión se presente. Hasta quedarse solo, como se quedó Tersites.

Ninguno de los héroes griegos -a excepción de Aquiles, que no estaba presente- tenía el coraje moral de Tersites y, pese a que sabían que decía la verdad, nada hicieron cuando Ulises (en ese momento de la Ilíada, un rastrero de Agamenón) apaleó a Tersites, encuadrando de nuevo a los griegos en formación de combate.

Los convencidos, que pasan por muy luchadores y determinados, cuando se rasca un poco, sacan su arrojo de su cobardía intelectual -la que impide mirar de frente a las cosas-y moral: el extremismo (una pantomima siniestra de la verdadera radicalidad) encubre el temor a quedarse sin certidumbres. o a veces simplemente sin compadres con los que reírse las gracias. Los convencidos suelen ser lo que los griegos llamaban idiotas: gente que vive exclusivamente en su mundo propio y tienen pánico a alterar sus horizontes.

Afortunadamente, la estirpe de Tersites, existe y aparece en momentos terribles. Durante la contienda española de 1936, uno de los que la continuaron fue el representante del PNV en Madrid Jesús de Galíndez, a quien Vázquez Montalbán dedicaría una inolvidable novela. Jugándose la vida en medio de la ignominiosa violencia republicana, Galíndez habló con la lengua de Tersites: «Solo condenando los excesos propios se pueden condenar los del contrario, solo exponiendo la cruda realidad se tiene derecho a enjuiciar». Otro amigo de Tersites, hubiera sido el jesuita (y exalumno de Heidegger) Fernando Huidobro, alistado con fervor derechista en los sublevados. Impresionado por la carnicería psicopática de Yagüe y sus legionarios, se hartó de escribir cartas a Franco denunciándolas y amenazó: «Hasta ahora he advertido con prudencia y en voz baja. Ha llegado la hora de alzar la voz. No temo a las derechas ni a las izquierdas, sino sólo a Dios». Franco, obvia decirlo, nada hizo. No en vano, lo que espantó a Huidobro, eran los métodos de las guerras coloniales en Marruecos aplicados a los trabajadores españoles, a quienes Franco y sus felones consideraban hombres inferiores, residuos raciales de los moros o judíos expulsados por Isabel y Fernando. A Huidobro lo acabaría matando por la espalda un legionario, gracias a lo cual, el Vaticano, exclusivamente sensible a las víctimas de rojos, no lo beatificó.

Ambos ejemplos aparecen en el libro de Paul Preston 'El holocausto español' (Debate, 2011) y en ambos casos, no solo en el de Huidobro, eran católicos. Su coraje, hay que ser un fanático o un imbécil para no verlo, no se mostró a pesar de ser católicos. ¡sino porque eran católicos! Se puede ser católico de muchas maneras: los hay quienes consideran que quienes se les oponen son criaturas de Satanás que no merecen compasión, los hay quienes, como Huidobro o Galíndez, muestran con su testimonio la tradición de Cristo. Es la verdad encarnada, verdad hecha gestos y hábitos en los que se resume una visión del mundo, que tanto maravilló al último Foucault.

Tersites, por supuesto, tuvo continuadores laicos en nuestra guerra incivil, que sacaron su valor de otras experiencias y de otras ideas: Melchor Rodríguez, el anarquista protector de presos amenazados, Indalecio Prieto o Manuel Azaña llamando a la piedad, Juan Negrín enfrentándose, en la noche de Valencia, a los criminales de su bando que daban los «paseos». Más allá de las ideologías, todos ellos se emparentaban con Tersites por su fe en dejar que la verdad transparentase en sus vidas, no solo en sus escritos y sus palabras, y para ello sabían que criticar la sevicia ajena requiere antes no transigir con la propia.

Es lo que ha intentado, en circunstancias infinitamente menos dramáticas y a propósito de los estériles e innobles enfrentamientos acaecidos con la visita del papa, un miembro de la Comisión de respeto de la Asamblea de Sol en un excelente documento (https://n-1.cc/pg/blog/read/664518/los-motivos-de-la-rabia). También, dando ejemplo de lo que es un funcionario (Hegel debe haberse removido de gozo en su tumba), el Sindicato Unificado de Policía (http://www.sup.es/01/386.pdf). Ambos son sensibles a la arbitrariedad propia como condición para enfrentarse a la ajena. No hay otra perspectiva para lo que, en esta serie de artículos que hoy termina, he llamado defensa de una concepción republicana de la libertad. Pero más allá de las denominaciones académicas, lo importante es que no hay otra perspectiva posible, ninguna, para una política distinta a la dominante. No hay otra perspectiva posible, ninguna, para el 15M.