COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

HISTORIA DE DOS CIUDADES

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Cuando iba llegando el final del 'Un, dos, tres' -la subasta, se llamaba- el presentador iba refregándole poco a poco a los concursantes todo aquello que habían perdido por su inoperancia. Así, veían cómo se esfumaban los apartamentos en Torrevieja, las rancheras -éramos más bastos y no los llamábamos monovolumen-, el yate y hasta el millón de pesetas. Todos hacían oooohhhh, y luego les daban como consolación al viaje a Túnez perdido, «un montón de atunes para alimentar a un cuartel». De ahí nos quedó un cierto regusto por la frustración que hemos incorporado a nuestra cadena genética y que sacamos a pasear cada cuatro años, mientras dura la campaña electoral. Y como si fuera Anne Germain la que viniera a darnos mítines, en un idioma que sólo ella entiende, vamos anotando en nuestra crónica sentimental el itinerario de la ciudad que pudo ser y nunca fue. Una ciudad con miles de puestos de trabajo, con barrios nuevos, con escolta privada para mujeres maltratadas, con zonas infantiles -para una población cada vez más anciana-, con salas de lactancia en cada esquina, con zonas verdes, con un puerto comercial de película. Y nos vamos animando, y hasta nos entran ganas de ir a votar a los centrados, o a los que no van a arreglar el mundo sino nuestro barrio o a los que les sobran razones, qué más da. Porque sabemos que en el fondo, todos nos hablan de dos ciudades, la virtual y la real. La auténtica historia de dos ciudades. Todo para que al final veamos cómo van desapareciendo los premios, cómo la tarjeta del presentador no decía lo que pensábamos y cómo siempre nos vuelve a tocar el peor premio. Y volvemos a hacer oooohhhhh!