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Volare, oh oh oh oh

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Como bien saben los propios políticos, resulta impropio que los políticos no vuelen en primera clase. Al fin y al cabo, el sueño de volar es un afán alimentado desde muy antiguo por los humanos, que siempre hemos tenido envidia de los pájaros y que nunca nos hemos conformado con la superficie terrestre, que es nuestro territorio natural, y de ahí que existan incluso submarinistas, porque se ve que no sabemos quedarnos donde nos corresponde. De modo que, puestos a volar, mejor hacerlo en clase preferente, donde te ponen anacardos, que en clase turista, donde no te dan ni pipas de girasol. Yo, si fuera político, no pisaría el suburbio de la clase turista ni para dar envidia, porque la verdad es que no existe espectáculo más descorazonador que el de una multitud alineada en asientos concebidos para gnomos. Mejor quedarse tras la cortinilla que señala la división de clases y no implicarse en las miserias de la mayoría, porque un político no tiene la obligación de pasar un mal rato, al ser la suya una misión que requiere de comodidades: nada menos que la misión de gestionar la miseria de los gobernados.

Si los políticos se sacrifican por el pueblo, resulta de justicia que el pueblo se sacrifique por los políticos. ¿Cómo vas a sentar a un eurodiputado junto a un muerto de hambre? Cada uno en su sitio, camarada. Y que el que quiera volar en primera, y además gratis, que asuma la dura tarea de vivir al servicio permanente de los ciudadanos, incluidas las horas de vuelo. Porque, ¿quién ha dicho que el abnegado ejercicio de la política tenga que estar reñido con el máximo confort? Al fin y al cabo, la clase política de nuestros días es una modernización plebeya de la antigua aristocracia: una casta que se ha apropiado con el sudor de su frente de los antiguos privilegios reservados a la nobleza, hasta el punto de que, a estas alturas, resulta más fácil ver a un marqués viajando en 'low-cost' que a un político sin chófer, aunque lo suyo sería que los políticos viajaran en carroza, para así marcar distancias con los individuos de la clase obrera que también han accedido a la motorización, sin duda gracias a los desvelos de los políticos, porque no podemos negarles sus méritos.

Los políticos tienen mucho de 'tamagotchi': necesitan viajar en primera, necesitan comer gratis, necesitan cobrar sueldo y dietas, necesitan las salas VIP, necesitan despachos climatizados, necesitan hoteles de muchas estrellas, necesitan coches oficiales, necesitan chóferes, necesitan palcos, necesitan secretarias y vicesecretarios. Estamos sin duda antes seres muy delicados. Y está bien que así sea, porque nadie se mete en política para pasarlas canutas. ¿Que también tienen la cara un poco dura? Bueno, sí, pero ¿quién no tiene un defecto? A fin de cuentas, aún no exigen volar con paracaídas.