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Pompa y circunstancia

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Me dice Pilar Arnáiz que en Santiago de Chile, hoy, hace un frío que hiela el alma por dulce que sea el invierno austral. Cree, esta eminente cardióloga infantil, investigadora de la Universidad de Chile, que el frío congela las funciones reflexivas. Anda preocupada por la epidemia de depresión en los niños, que ya le aflige más, incluso, que la obesidad mórbida infantil contra la que lucha. La depresión es la enfermedad de la tristeza y en Chile, calco de Europa en América, se padecen ya preocupantes porcentajes de aguda depresión. Marchita al cuarenta y cinco por ciento de los adultos y empieza a agobiar a los niños. Teme, con razón, que nos acostumbremos a la tristeza viscosa en Occidente y que ello nos aniquile, pues los porcentajes de esta dura enfermedad en Europa no difieren mucho de los datos andinos. Cuando Chile estaba inmersa en la miseria por la devaluación del salitre, el «Nitrato de Chile», su marca nacional, no existían casos de depresión, porque había hambre.

La depresión es la enfermedad de la tristeza y de la abundancia. De la abundancia entendida como asfixia de la motivación, de la ilusión y el esfuerzo creativo, la pérdida de los valores de la probidad, de la humilde abnegación curtida. En Europa creemos que el bienestar, necesario anhelo, es un regalo, un don gratuito, que no se alcanza por la lucha, el denuedo, el estudio y la entrega al trabajo, sino que es un derecho exento de obligaciones. La vida no es un regalo, sino un oficio, una habilidad como el amar, más que un sentimiento y mucho más que un ejercicio de sensualidad hiperbólica. Dice José Luis Sampedro que «al derecho a la vida corresponde la obligación de vivirla». Vivirla plenamente, con pasión y emoción, con la convicción del aguerrido militante laborioso, eludiendo toda frivolidad narcisista, toda banal trivialidad. Es una obligación solemne y densa, gozosa, pese al dolor y la adversidad.

El declive de las civilizaciones, su decrepitud, responde a agudas crisis de depresión colectiva ocasionada por la abundancia y el abuso. Por la desnaturalización de los valores y principios. Por la volatilización de los bienes culturales, de las pequeñas actitudes épicas y los lirismos primorosos. Nos abandonan los deseos de existir soberanamente, produciendo y ofrendando bienes con irrefrenable bondad. La materia lastra, abruma, impide que encaremos el temporal con una habilidosa y sencilla maniobra a la capa. Oigan la marcha 'Pompa y circunstancia' de Elgar, e inúndense de solemne fastuosidad; de elocuente grandeza vivaz. Vivan como un solemne volcán incandescente. Sana.