la última

Contradanza

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Es la contradanza un ritmo de baile; una concepción de la danza entendida como expresión vivaz de contento y gozo. De corte bucólico, pudiera encajar en el paisaje de cualquier festejo agrario, de cualquier expresión ligada a la exultación de la vida feraz. De la alegría toma la contradanza un cierto sentido de ofuscación, un pellizco de atolondramiento que nos arrastra hasta las lindes de la melopea alucinante. Exhala cierta fragancia medieval por lo que incluso la música ilustrada, la mal llamada clásica como si las bulerías no merecieran ese añejo calificativo, ha recurrido a este canon rítmico en algunas ocasiones, de la mano de Mozart por ejemplo, para expresar sensaciones de histrionismo ameno. Mas como quiera que para danzar no sólo hay que tener ganas sino tiempo de holganza, parecería frívolo pensar en ponernos a marcar unos pasos acompasados midiendo el tiempo, olvidando que en África muere un niño cada dieciséis segundos de cualquiera de las secuelas del hambre supina, incluida entre ellas la sinrazón de la vida política, politizada hasta la total asfixia del mundo individual.

La sinrazón, el sinsentido, se han convertido en una pandemia, en una devastadora inundación que asola al biotopo unitario de la tierra, hoy por hoy ecosistema convertido en frágil a causa de la degradación. El deterioro sin embargo no se debe al desequilibrio del medio natural o a las desestabilizaciones de la biodiversidad, sino a la falta de ritmo espiritual. A la ausencia de actores animados a emprender la danza de la reordenación, de la reconstrucción de los paisajes éticos y estéticos. La regeneración de los tejidos morales y éticos debe acometerse desde las convicciones propias de la armonía, de la belleza, desdeñando las torpezas propias de los egoísmos átonos ajenos al gozoso altruismo. Todo gesto humano tiene sentido si se orienta hacia la dicha del «otro», hacia la satisfacción de aquel que espera, más aún si ese espectador es un congénere atribulado, un involuntario discapacitado para el disfrute.

La dicha que genera el comprobar que aquello que se ha hecho ha sido valido para un convecino, tiende a expandirse con beneficiosos resultados legislativos. La moral no es otra cosa que una costumbre ordenada y benéfica que debemos sanear para convertirla en definitivo rito, en rutina salvadora. La vida desprovista de los alicientes del gozo, no merece la pena ser vivida y no existe gozo que no deba su esencia a la bondad.

Mas como quiera que no puede existir la bondad sin altruismo, hay que ejercerla desde la humildad del que se ofrenda al humilde congénere dispuesto a aceptarla. Somos humanos en tanto somos un eco de otro ser humano capaz de unificarse en la gestión de la desdicha y en el disfrute de la dicha. Hay que danzar abrazados y atentos al compás.