hoja roja

El regateo

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Ahora que se vende tanto lo de la nostalgia, lo del revival y lo del «dónde estabas tú», es cuando más partido le sacamos al gran invento de la memoria histórica, extrayendo del cajón de los recuerdos sólo aquello que nos devuelve un olor, un color, un sabor que ya casi ni reconocíamos pero que nos sirve para vivir, para revivir cualquier tiempo pasado que siempre nos parece –aunque no lo haya sido– mejor. Y es así como muchas veces se reconstruye la historia, dejando al poder amplificador de la memoria todo el peso que los propios hechos no podrían sostener. Llevan semanas las redes sociales confeccionando un catálogo de recuerdos de las grandes regatas de los últimos tiempos. No hace falta que les diga que no es bueno tener una hemeroteca en el corazón, porque recordar no es más que eso, traer de nuevo al corazón aquellas cosas que conforman el itinerario sentimental de lo que somos. Y no es bueno porque tiende uno a comparar, inevitablemente. Verán. En aquella primavera del 92, cuando el muelle de Cádiz acogió la primera de las grandes regatas conmemorativas, creíamos ciegamente que el futuro vendría de la mano de nuestro pasado y por eso aunque la bahía llena de grandes veleros presentaba un aspecto desconocido para muchos de nosotros, el ambiente marinero, los sones caribeños y esa mezcla inusual de acentos y de palabras resultaba tremendamente familiar para todos los gaditanos, como dijo Fernando Quiñones. Recuperamos el puerto, la cadencia de las mareas y un aire festivo que no estaba en el inventario de vientos pero que nos llevaba una y otra vez al muelle, sin ondacadiz, sin propaganda casi, sin héroes políticos, sin más preocupación que la de encontrar un sitio desde el que contemplar las velas abiertas y empujadas por un noroeste limpio y dibujadas en unos días azules y un sol muy machadiano. Tal vez la memoria, insisto, se haya encargado de amplificar el efecto balsámico de aquella Regata, con más de doscientos barcos dibujando el skyline de una ciudad que nunca tuvo que darle la espalda al mar, tal vez la memoria haya grabado en miles de gaditanos los sones de aquella batucada del Capitán Miranda que nos descubrió rincones de nuestra propia ciudad en un desfile lleno de colores y de banderas. Tal vez la memoria haya confeccionado para nosotros una noche sin fin de fuegos artificiales junto a Elcano, el Sagres, el Libertad, el Simón Bolívar, nombres que recordamos porque conforman el paisaje del trabajo bien hecho. Tal vez la memoria se haya encargado de poner a la Galeona en el muelle una mañana en la que más de doscientas mil personas abarrotaban los muelles, celebrando haber encontrado la fórmula secreta del éxito. Porque la Regata del 92 fue un éxito, para la hostelería, para la política, para la economía, para los ciudadanos y en definitiva, para la memoria.

Luego vendrían las Regatas del 2000 y del 2006, pero no fueron lo mismo. Jugando a los parques temáticos se gana en efectismo, pero se pierde en naturalidad y volvimos al muelle, sí, pero como borregos que no se apartan de la cañada. La vida nos vuelve a poner una regata en el camino, a finales de este mes, por aquello del Bicentenario del que todo el mundo se ha olvidado ya. Sabemos los horarios, los comités, los barcos que vienen, los presupuestos, pero todavía nos falta lo más importante, las ganas. Búsquelas en su memoria, recuerde, regatee. Haga como aquellos niños perdidos de Peter Pan, ‘Just Think Happy Thoughts’. Solo depende de usted.