El boom comercial de las toallas tuvo lugar a finales del XIX
El boom comercial de las toallas tuvo lugar a finales del XIX - SANVICENTE
«¿De dónde viene...?»

El popular utensilio del baño que resistió a la devastación de Pompeya

Como si de un testigo ciego de la historia se tratase, la toalla ha estado presente desde épocas muy remotas

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Tiro la toalla. Me rindo. Es imposible sorprender al lector con la introducción de un objeto tan universal. ¿Qué puedo aportar? ¿Qué con ella nos secamos? ¡Albricias! ¿Lo siguiente será decir que muchos la usan para tumbarse en la playa?. Dos revelaciones que quizás sean de utilidad si alguno acaba de aterrizar de Marte. Pero por si acaso este escenario no se diera, lo único que puedo hacer es liarme la manta a la cabeza (o la toalla, en este caso) y explicar el origen de tan preciado utensilio.

Imprescindible en muchos aspectos de nuestra vida diaria, la toalla ha estado presente en la sociedad desde épocas muy remotas. Así lo confirma Pancracio Celdrán en «El Gran Libro de la Historia de las Cosas» (La esfera de los libros, 1995): «Ya en el tocador de una dama romana del siglo II había gran número de ellas.

Eran muy parecidas a las de hoy, de algodón teñido. Se utilizaban no solo para tumbarse, sino también para secarse tras el baño, como muestran ciertos frescos pompeyanos hallados entre las ruinas de aquella ciudad romana que se tragó el Vesubio en el siglo I de nuestra Era».

Tras sobrevivir entre las ruinas de Pompeya, no serían pocos los pueblos que adoptasen tal objeto para multitud de usos. «En Egipto, las utilizadas por el faraón se teñían de rojo subido, o de azul añil, sin embargo, la palabra misma no es de origen griego ni latino, sino bárbaro. Los pueblos europeos anteriores a la romanización ya la conocían. En aquellas culturas se utilizaban ciertos trozos de lienzo para secarse las manos, a los que llamaban tualia. Tenían un uso muy versátil, que heredó la Edad Media. Así, podían usarse como mantel, y también como servilleta».

Con el paso del tiempo no solo se asentó como una herramienta básica, sino que además fue ganando prestigio como obsequio. «Eran muy apreciadas en el ajuar de una doncella casadera. Entre los regalos que ésta recibía, la toalla era uno de los más apreciados. Cierta dama madrileña del siglo XVI recibe como regalo muy especial y valioso 'una toalla de Holanda nueva, labrada'», advierte Celdrán. En esta época había principalmente dos tipos de toallas, «las de lujo, eran de terciopelo; las otras, de lino».

Popularidad y boom

Su fama en el siglo XVII era ya incuestionable. Por entonces, el dramaturgo Agustín Moreto señala lo que debe contener una maleta antes de emprender un viaje:

Toalla, espejo, cepillo

y un libro de comedias,

son cosas no excusadas...

Pero si algo le faltaba a la toalla para triunfar definitivamente era un boom comercial como el que tuvo lugar a finales del siglo XIX. «El triunfo de la industria toallera coincidió con la generalización de la preocupación por la limpieza y la higiene. Toallas de excelente felpa policromada, colocadas en artísticos bastidores en número de catorce, por tamaños y colocres, eran cambiadas a diario en los hoteles neoyorquinos de principios de siglo. Desde entonces, la toalla no ha dejado de mejorar, convirtiéndose en uno de los cuatro objetos de uso imprescindible en la vida diaria de los hogares occidentales», sentencia Celdrán.

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