almadraba

Historia de una levantá en Conil: «Es una barbaridad la cantidad de atún rojo que hay; ya hemos tenido que soltar pescado»

Los pescadores piden un aumento de la cuota y temen por las redes y las almadrabas: «El incremento de una especie siempre desequilibra el ecosistema»

El alga invasora ya afecta a las redes de las almadrabas gaditanas

Pesca del atún. a. v.
José María Aguilera

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Conil. Noche cerrada. La oscuridad absorbe todo y lo envuelve en su negrura opaca. El escaso reflejo de una escondida luna menguante aporta insuficientes destellos sobre el mar, el único que parece que no duerme en el puerto. Unas luces titilantes en el horizonte son la única prueba de vida hasta que el silencio empieza a resquebrajarse, muy lentamente, perezoso, entre bostezos. Al compás calmoso de los marineros que llegan al muelle.

Es 1 de mayo, día del Trabajador, festivo en todo el país. Pero las mareas no entienden de eso por lo que nadie espera una explicación. Toca levantá en la almadraba conileña. Las previsiones apuntan el reviro, el cambio de marea necesario para salir a faenar. Del mediterráneo hacia al Atlántico. Y poco oleaje. El viento también rolará a levante, aún en calma. Y pese a todo, siempre existe la incógnita en este mar de dudas. El capitán Antonio Ponce sopesa todas ellas y tras vacilar y consultar, fuera y dentro, decide. El ruido del motor es la constancia de que la confianza ha ganado la partida.

Un día más, una jornada más para estos almadraberos que durante esta época (finales de abril, mayo, principios de junio...) extraen el oro rojo del cofre gaditano. Este litoral, de la luz aunque aún a oscuras, que alberga el mayor tesoro de la provincia: el atún rojo de almadraba. El arte de pesca milenario, herencia fenicia, se ha mantenido durante tantos siglos perviviendo en complejos equilibrios entre tradición y modernidad, ecología y economía, sacrificio y recompensa. Pasado, presente y futuro, porque aquí todo nace a partir de ello.

Un arte sostenible

Es un oficio sostenible, a nivel monetario (la comarca vive en gran parte de ello) y medioambiental. Los atunes escogen esta zona de paso y obliga a mantenerla en las mejores condiciones posibles, sin dañar ni esquilmar sus profundidades como ocurría con las flotas industriales. La tripulación se sumerge en el laberinto de redes y la técnica sorprende por su rutinaria precisión.

Kilómetros de cuerdas se arrían para que las cuatro embarcaciones (testa, fuera, tierra y sacá) estrechen el cerco sobre los peces que han quedado atrapados en este cuadrado. La unión de los navíos en su recogida de las sogas (alrededor de una hora tirando, fuerza motora y humana) termina elevando a los túnidos sobre la telaraña del copo. Su aleta amarilla serpenteando a escasos centímetros de la superficie visualiza la aparición de un nuevo escenario.

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El capitán transmite calma. Eleva los brazos cual si se tratara de un director de orquesta. 'Allegro Ma non Troppo'. El sol irrumpe en la escena, recortando el horizonte, abrupto y escarpado, irregular, con el tómbolo de Trafalgar despuntando en esta escena costumbrista. Del negro se pasa a una sublime paleta cromática que abarca un sinfín de tonos dorados y anaranjados, proyectados por una luz que aún amanece débilmente entre la bruma mañanera.

La técnica de pesca se ha perfeccionado en las últimas décadas. Antes, los atunes languidecían por la asfixia al levantar el copo a ras del mar, y expiraban sobre los botes tras ser levantados por los ganchos de los almadraberos, que aprovechaban el impulso de estos bichos de más de 200 kilogramos para arrojarlos a la embarcación.

El cambio en la captura del atún

Ahora, la tela de cuerdas permanece a unos diez-doce metros de profundidad y los buzos se sumergen para culminar la faena. Agarran la pértiga y con la lupara (un cilindro con un muelle y una aguja percutora con un cartucho de caza mayor) disparan sobre la cabeza del animal provocando su muerte. La detonación apenas se siente debajo del agua y sólo el cerco bermejo confirma la pesca. O la caza. Unas finas cuerdas atadas en un manojo sobrevuelan el cielo hasta caer en manos de estos buzos, que amarran la cola para que desde el barco-bodega extraigan las piezas. Una, dos, tres... hasta más de un centenar (116) en casi tres horas de trabajo extenuante bajo el agua.

En los últimos años se ha introducido la técnica del Ike Jime para limitar el sufrimiento y acelerar la muerte del animal. Ya sobre el barco, los pescadores introducen un alambre por la médula espinal, desde la cola hasta la cabeza, para cortar cualquier reflejo nervioso. Reduce el sufrimiento del pescado, el estrés, y con ello se conserva mejor el sabor de la carne y su textura natural.

La melodía de una levantá es siempre la misma y se entrelaza como un canon hasta que el capitán ordena arriar las cuerdas y firma el epílogo de la jornada. En las miradas de los faeneros se atisba esa tranquilidad que destila la rutina, la costumbre. Es así desde los tiempos de sus padres, sus abuelos... desde épocas inmemoriales. Sin embargo, el capitán Antonio Ponce advierte dos hechos singulares en esta temporada que confirman un nuevo escenario y la necesidad de amoldarse a él.

Son casi 40 años en el oficio y «es la primera vez que ocurre. Tampoco tengo constancia de que ocurriera antes. Este año se han capturado los primeros atunes el 14 de abril, lo cual es una fecha tempranísima, y da idea de la cantidad de atunes que hay. La población de atunes tiene una salud envidiable», reflexiona.

«Además, hemos tenido que soltar pescado, en abril (el día 25), cuando en esas fechas antes ni había, y ahora de la cantidad que ha entrado en la almadraba hemos tenido que soltarlos. Estamos asustados de la cantidad de peces que hay en la almadraba, cuatro o cinco mil peces, lo que supone el doble de la cuota nuestra. Existe el temor de que haga daño a las redes, que no puedan aguantarlo» y terminen por quebrarse. «Estamos igual o por encima que hace un siglo».

«El incremento de una especie siempre desequilibra el ecosistema. Estos animales tienen que comer e imagino que están devorando todo. Es absurdo que no eleven la cuota. Es una barbaridad», lamenta Ponce mientras señala al horizonte, al movimiento del agua. «Todo eso son atunes».

La revisión de la cuota del ICCAT se hizo el pasado noviembre y pese a la ligera subida (hasta las 40.000 toneladas mundiales, 1.643 en la provincia gaditana), la decepción es absoluta pues las evidencias científicas muestran la recuperación de la especie y la posibilidad de subir incluso a las 50.000.

«Éste era el año para dar una buena subida por los recursos de los que disponemos», respalda Marta Crespo, directora gerente de la Organización de Productores Pesqueros de Almadraba, la OPP51, que recoge las almadrabas de Conil, Zahara, Tarifa y en un futuro la de Chiclana. «Puede ocurrir una desgracia en cualquier sitio, es un riesgo para las almadrabas y los almadraberos. No se puede manejar con tanto pescado dentro».

«Están frenando el motor de esta tierra y si abrieran la mano generarían más movimiento, más actividad. Y en una provincia con tantos problemas económicos y laborales como Cádiz...».

El sol empieza a apretar, gana fuerza mientras las de la tripulación flaquean. Toca recoger cuerdas mientras los buzos abandonan el líquido elemento y descansan ya sobre unas tablas paradójicamente estables. El cuadrado se difumina, los barcos se dividen y dispersan. Baja el ritmo, un Adagio cadencioso. El tiempo es relativo y sobre la mar discurre más despacio; no existe una batalla pretenciosa contra él porque ya se entiende que está perdida.

El preciado botín es conducido a Frialba, la nave de congelados en el Puerto de Barbate que permite que la mayor parte del género se conserve y se quede para degustar en nuestras fronteras. El sonido característico del ronqueo dibuja una melodía bien diferente; la escena se asemeja más a una fábrica en la que todos tienen claro su cometido y las piezas se mueven de un lugar a otro mientras se van despojando de su ser en cada pista de despiece. Es el culmen de la jornada en Conil, pero un capítulo más porque pronto aparecerán las embarcaciones cargadas desde Tarifa. Y luego Zahara. Desbrozan el cofre para extraer el botín, el oro rojo, el tesoro de Cádiz. El que estaba en el fondo del mar.

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