MUNDO

La última llamada

Nueva York hace públicas las desesperadas conversaciones de las víctimas del 11-S con los servicios de emergencia

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Shimmy Biegeleisen pasó sus últimos siete minutos de vida frustrado al teléfono. Eran las 9.52 de la mañana del 11 de septiembre de 2001. En su llamada al número de emergencias de Nueva York buscaba ayuda para él y otras seis personas que habían quedado atrapadas en una oficina de la planta 97 de la torre sur. El humo era muy espeso, clamaba.

La llamada fue transferida de un operador a otro, con toda la desesperación que acarrea. Primero, al de emergencias. Luego, al de la Policía. Después, al de los bomberos. Por último, un ruido infernal. El edificio se desplomó sobre ellos.

Los retazos de audio que ponen voz a la tragedia casi cinco años después fueron dados a conocer ayer en once discos compactos. El Ayuntamiento de Nueva York se ha resistido cuanto ha podido, y de hecho un juez ha tenido que forzarle tras una demanda interpuesta hace dos años por el diario The New York Times y nueve familiares de víctimas.

La única concesión que ha hecho el juez es permitirle que borre las voces por respeto a la intimidad, lo que deja al oyente con sólo la parte de las conversaciones: la de los que contestaban las llamadas.

Son 130 personas las que buscaron ayuda a través de este servicio, muchos en representación de grandes grupos que se habían reunido en diferentes salas del edificio para buscar juntos una ruta de salida. Sólo dos recibieron las instrucciones que podían salvarles: evacuar el edificio. A los demás se les tranquilizó con la promesa de que la ayuda estaba en camino y se les ordenó que se quedaran donde estaban. «No, señor, no puede. Tiene que quedarse ahí hasta que llegue alguien», se oye decir a una operadora de la Policía. «No salga al pasillo, tiene que quedarse en la oficina. Están subiendo por las escaleras; están a punto de llegar», asegura otra.

Instrucciones de manual

Las voces transmiten instrucciones de manual, y muy pocas se salen de la formalidad. Todas recomiendan mojar toallas para cubrir las rendijas de la puerta. «Sí, ya entiendo que hace calor y que le cuesta respirar. Póngase la toalla mojada en la cabeza. Lo sé ... Sí... Lo entiendo, señor... Lo entiendo... Lo entiendo... Un segundo, señor, le voy a conectar».

En contra de sus instrucciones, en la planta 104 de la torre norte, donde entre 20 y 50 personas se refugiaron en una sala de conferencias de la empresa Cantor Fitzgerald, los empleados arrojaron los ordenadores por la ventana para romper los cristales en busca de aire fresco. O al menos eso le contó Andrew Rosenblun a su esposa en Long Island.

La existencia de estas conversaciones pilló desprevenidos a muchos de los familiares que ni siquiera sabían que su ser querido tuvo la oportunidad de pedir auxilio por teléfono. Sólo 27 personas han sido identificadas, gracias a que facilitaron sus nombres durante la llamada. Los allegados de éstas pueden recoger la cinta en el ayuntamiento, pero no todos están seguros de querer revivir la pesadilla que han tratado de olvidar.

La familia de Alayne Gentul, jefa de Personal de una de las empresas que ocupaba cuatro plantas de la torre sur, ha recogido el cedé pero no piensa oírlo: «Sólo hemos ido a por él para dejar la opción abierta para los niños», confiaron a The New York Times. Esta opción es la que quieren tener abierta los demás, que urgen al ayuntamiento a hacer públicas todas las voces para que puedan ser reconocidas por sus familiares.

«No queremos convertir a las operadoras en cabezas de turco -prometió un portavoz-, pero continuaremos nuestra lucha y apelaremos al Supremo», prometió.