Editorial

Paro e inflación

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La semana pasada, los españoles supimos que el IPC subió en enero en un 4,2% interanual y el desempleo creció en casi 70.000 personas durante el mismo mes, datos sintomáticos.

Los expertos predicen para este año una desaceleración del IPC después del primer trimestre, y con respecto al paro no hay que olvidar que todos los meses de enero se produce un rebote de la desocupación tras la campaña de Navidad. No hay que ser, pues, catastrofistas. Pero sí cautos, porque -aunque no desastrosas- las cifras en sí mismas están encendiendo luces rojas de alarma en nuestra economía que sería absurdo ignorar. Es cierto que el último dato del IPC será probablemente sólo un pico, y también lo es que los meses de enero son anómalos en cuanto a los mercados laborales, incluso que, en conjunto, 2005 fue un buen año para el trabajo. Pero no debería olvidarse que aunque la velocidad de crecimiento del IPC descienda en el últimmo tramo del año, el incremento anual se cree que estará muy por encima de las previsiones del Ejecutivo y de la media europea. Con respecto al paro, basta recordar que es el cuarto mes en el que aumenta la tasa de desempleo. En estas condiciones, afirmar que la inflación es la asignatura pendiente de la economía española queda lejos de reflejar realmente la seriedad de la cuestión.

La inflación no es equivalente en gravedad a un desequilibrio regional, a un mal diseño de impuestos, o a la mala gestión de un servicio público. Pero conviene no olvidar que ésta ataca a las bases mismas de una economía abierta de mercado y hace inviable la asignación eficiente de recursos que garantice el crecimiento. El combate contra este cáncer debería tener prioridad máxima por los Gobiernos porque afecta a toda la economía y a todos los sectores, especialmente a los exportadores y a los que están expuestos a la competencia internacional. Puesto que la política monetaria está ya fuera del control del Gabinete socialista, éste debería dedicar todos sus esfuerzos a implementar unas reformas estructurales que aumenten la competencia y la competitividad de las empresas. No es hora de ser alarmistas, pero sí leales. Porque la inacción y la autocomplacencia pueden ser tan peligrosas como la intervención imprudente.