Artículos

Goyas

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Ellos estarán muy contentos, y quizá con razón, pero someter al espectador a cuatro horas de gala televisiva es un suplicio sólo comparable a seguir una tertulia de Versión española. Eran las diez, más o menos, cuando comenzó la ceremonia de entrega de los premios Goya 2005; pasaban las dos de la madrugada cuando Isabel Coixet se alzaba como ganadora. Concha Velasco y Antonio Resines llevaron lo fundamental de la gala. No hubo nada más que ellos y sus papeles: ni charangas, ni soflamas, ni números cómicos. Hubo, sí, un tema narrativo que sirvió de guía a la ceremonia: los veinte años de goyas, lo cual dio pie a la Academia para poner en imágenes lo que el cine español ha dado de sí en estos últimos años.

El recurso habría compensado la pobreza del guión si la fiesta no hubiera durado tanto, pero, con cuatro horas largas, aquello no había quien lo soportara. Por otra parte, esta vez los Goya carecían del atractivo de la bronca, que en los últimos años ha sido uno de sus principales alicientes. Está claro que contra Aznar vivían mejor o, por lo menos, se lo pasaban mejor.

En materia de política, hubo una mención expresa de la guerra de Irak, pero vino en boca de un argentino. Y hay que subrayar que, después, Juan Luis Galiardo se permitió reprochárselo al recomendar a los premiados «que seáis breves aunque seáis argentinos». En otro orden de cosas, llamó la atención el largo parlamento en inglés de la hermana de Woody Allen, sin duda conmovedor, pero que nadie tuvo el detalle de traducirnos.

En cuanto a las gradas, nunca una ministra ha salido tantas veces en pantalla como la señora Calvo. Sería porque a su lado estaba la directora general de RTVE, Carmen Caffarel. También se vio mucho a Antonio Banderas, que llevaba años sin aparecer por allí. Al final, el balance de audiencia fue lamentable: un millón y medio de espectadores menos que el año pasado. Los Goya han perdido 5,7 puntos de share en un año. Serio.