Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

El primer problema

Vamos a ser muchos menos y cada vez peor repartidos por la geografía nacional

Javier Rubio
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Vamos a ser muchos menos y cada vez peor repartidos por la geografía nacional

YA es saludable que un periódico marque la cuestión demográfica como uno de los asuntos capitales que debieran centrar el debate en las próximas elecciones generales, que es el sitio donde deben dirimirse estas cosas. Que además lo señale como el primero de los problemas pendientes que tiene que abordar España en la serie que el domingo inició ABC es para estar doblemente orgulloso de él. Porque no es nada habitual centrarse en la política de población, siempre olvidada, y menos aun abordarla sin anteojeras ideológicas que equiparan fomento de natalidad con la derecha conservadora en lo político y ultramontana en lo religioso. A otro perro con ese hueso.

Lo que sucede con demasiada frecuencia es que la política y el foco mediático en España es demasiado contingente. Para entendernos: vamos a salto de mata, del rescate económico a la crisis territorial de Cataluña como bomberos a los que van indicando las emergencias a las que tienen que responder. En tales circunstancias, preocuparse de un problema a largo plazo como el de la población y su distribución es justo el reverso de la forma habitual de organizarnos.

En la República Popular China, cuya historia se cuenta por miles de años como heredera del Imperio del Centro, acaban de corregir la política del hijo único que los llevaba directamente al desastre. Rusia, que es tan nacionalista o más que China, pierde población por millones y los censos anuales no paran de arrojar malas noticias -envejecimiento, alcoholismo, crecimiento vegetativo negativo-, aunque ahora no fusilen a los estadísticos como ocurrió con el recuento estalinista de 1937. En Francia y Escandinavia hace tiempo que se dieron cuentan de la caída de la natalidad y han puesto en marcha políticas dirigidas a frenar esa sangría demográfica.

España tiene un problema por encima de todos: vamos a ser muchos menos en el futuro y cada vez peor repartidos por la geografía nacional. En Noruega, por ejemplo, el dinero del petróleo subvencionaba generosamente a las poblaciones asentadas en la extensísima frontera con Rusia para no dejar territorio baldío como golosa tentación al oso soviético. Nosotros mismos tenemos experiencia de fijar a la población al terreno con subsidios, aunque no tan lustrosos como los del Ártico noruego: en el fondo, es lo que se hizo en los pueblos con los jornaleros de Andalucía y Extremadura hace cuarenta años.

Incluso en Andalucía -no hay que remontarse al agujero negro que el invierno demográfico ha creado en Palencia, León, Lugo y Orense-, las zonas de interior se van despoblando en beneficio de la costa, siguiendo la misma tónica que el resto de España: un mapa doblado en diagonal que vuelca habitantes sobre el Mediterráneo.

A la luz del desafío demográfico, el problema catalán parece una bagatela. Puede que dentro de treinta años no queden ni jóvenes a los que envenenar en la escuela con las mentiras del secesionismo.