Javier Fornell

El último regalo de la Forqué

Ella es el ejemplo de que las enfermedades mentales atacan dónde menos se espera

Javier Fornell

En los últimos años, la pandemia ha hecho que la sociedad se vuelva aún más individualista. Nos hemos escondido detrás de las mascarillas en la era de las redes sociales, y el contacto humano ha quedado en un segundo plano. Es curioso cómo hemos optado ... por coger el camino complejo cuando más cerca teníamos que estar los unos de los otros. El camino que convierte las amistades en una charla desde una pantalla o en un tic azul en WhatsApp y en una videoconferencia múltiple.

Y pese a que eso nos ha hecho sentirnos cerca del resto y nos ha ayudado a sobrellevar los peores momentos de aislamiento, también ha provocado que la soledad se convierta en la normalidad. Una normalidad que ha llenado de miedos y desesperanzas a la sociedad y que ha acrecentado el dolor interno, las depresiones y la tristeza de las gentes. Lo peor es que ahora también han aumentado las enfermedades mentales. Esas que se ocultan por miedo a que te tachen de loco. Loco por decir que te encuentras solo, que tienes miedo, que sufres ansiedad o que has acudido al psicólogo para recibir ayuda y tratar de salir de tu bache.

Ahora que todos nos echamos las manos a la cabeza por el suicido de Verónica Forqué, deberíamos ver la realidad que se esconde detrás de su paso por las cocinas televisivas. La Forqué llevaba la sonrisa a gala y aparentaba sacar fuerzas de cada poro de su piel con una vitalidad que volvía locos a sus compañeros. Pero no hacía más que gritar que necesitaba ayuda. Una ayuda que quizá, sin saber el estado de tristeza que realmente embargaba a la actriz, dio sin querer el programa, retrasando lo inevitable.

Por eso es importante cuidar la salud mental, hacer visible una realidad que causa miles de muertes cada año; y muchas más muertes en vida: encerrados en su propia existencia y sin encontrar salida en una sociedad que tacha de loco o mentiroso a quién ha caído en la depresión. Como si eso fuera algo que se buscase.

Desgraciadamente, Verónica Forqué nos ha dado un último regalo. Ella es el ejemplo de que las enfermedades mentales atacan dónde menos se espera. Seguramente, salvo los suyos, nadie sabía la fragilidad que escondía su sonrisa. Actriz de éxito, acompañada por su hija, que –según cuentan– era confidente y amiga; rodeada de los suyos. Y sola. Sola en su mente. En una mente en la que las ideas, estoy seguro, se agolpaban. Una mente en la que el suicido sobrevoló muchas ocasiones. Y que ahora, con ella, ha dado visibilidad a un problema cada vez más grave en nuestra sociedad.

Lo sé porque durante años yo era de los que decían que jamás iría a un ‘loquero’. Lo decía sin saber que acudir a un psicólogo me salvaría, literalmente, la vida en el peor momento de mi existencia. Dándome herramientas para luchar y gritar que se puede salir del pozo de la depresión y borrar de mi mente esa misma idea que ha tenido la Forqué. Por eso es importante darle visibilidad al problema y acudir a especialistas. De esa forma, la única salida no será la que más miedo produce: la propia muerte.

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