Ignacio Ruiz Quintano

San Antón

A Stalin, sin embargo, no le interesaban las réplicas de Goethe o de Aristóteles, pues prefería un «soldado invencible»

Ignacio Ruiz Quintano
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Se acerca San Antón y la alcaldesa Carmena ya anuncia el programa municipal de futesas que mantienen engrasada la maquinaria de la Revolución Pendiente, donde los animales constituyen la vanguardia.

A Pemán lo impresionó mucho que desde el balcón de su hotel en Panamá se oyera el griterío de los monos al amanecer:

-La leyenda dice que Dios les prometió hacerles hombres cuando saliera el sol, y cada mañana chiflan y lloran su ilusión defraudada.

Bueno, pues esa injusticia divina es la que Carmena quiere reparar en este San Antón.

John Gray nos recuerda que en 1923 Trotski prometió a los trotsquistas que sus cuerpos serían hoy más armoniosos, sus movimientos más rítmicos y sus voces más musicales, elevándose hasta alcanzar las cimas de un Aristóteles, de un Goethe… o de un Marx.

A Stalin, sin embargo, no le interesaban las réplicas de Goethe o de Aristóteles, pues prefería un «soldado invencible», resistente al hambre, al sueño y al dolor, y encargó la investigación al biólogo de guardia, Iliá Ivanov, criador de caballos con los zares, que primero viajó a África para realizar pruebas de fecundación con chimpancés, y luego a Georgia, cuna de Stalin, para fundar un instituto donde inseminó a varias mujeres con esperma de simio.

Ivanov aspiraba a ser el Juan Pedro Domecq (creador del «toro artista») del stalinismo, con su «cebroide» (híbrido de cebra y burro), su zubrón (híbrido de bisonte y vaca de leche) y sus diversos cruces de antílope y vaca, de ratón y rata, de ratón y cobaya, de cobaya y conejo, de conejo y liebre… Pero sus experimentos de hibridación hombre-mono, el «hombre artista», fracasaron, por lo que fue arrestado y desterrado a Almá-Atá, la mayor urbe de Kazajistán, donde, curiosamente, transcurre la acción de «La facultad de las cosas inútiles», obra colosal (¡la épica chequista!) de Yuri Dombrovski.

A Gray no se le escapa la ironía de que fuera Pávlov, el del perro de Pávlov, quien firmara el obituario de Iliá Ivanov.

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