Mayte Alcaraz

No me resigno

El proyecto de odio de Podemos no puede borrar una obra colectiva

Mayte Alcaraz
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Nací en una familia humilde unos años antes de que muriera Franco. Mis padres habían emigrado a Suiza para juntar el dinero de las letras del piso en un barrio obrero de Madrid. Y con esfuerzo obrero me sacaron adelante entre estrecheces, escuela pública y médicos "del seguro". No tuve más conciencia de que nos gobernaba un dictador que la cotidianeidad de sus retratos colgados en el cole. Mi curiosidad infantil me llevó a preguntar a mi padre por la persona que se había muerto aquel 20 de noviembre y cuya capilla ardiente visitaban miles de personas en rigurosa y llorosa fila. "El jefe del Estado", contestó y yo colegí que alguien importante tenía que ser para que hubieran suspendido el programa de Terrebruno para emitir su funeral.

En el colegio "nacional y mixto" nos habían enseñado ya que España había vivido entre 1936 y 1939 una cruel guerra civil, que había ganado el señor al que hacían cola. A partir de ahí, empecé a crecer al ritmo de la consecución de libertades en España. Junto a "La Locomotora", Valentina y Fofó y los suyos, otros personajes se hicieron habituales en la tele en blanco y negro del salón obrero de un piso obrero: el Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo, Dolores Ibarruri, Marcelino Camacho o el polifacético Rafael Alberti, cuya "voz condecorada, con la insignia marinera, sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella" me acompañaba en mis ratos de lectura por las tardes, gracias a un poemario prestado por el Bibliobús que pasaba los jueves por la puerta de mi casa.

Por entonces me explicaron que algunos de estos prohombres habían vivido en la clandestinidad mientras la dictadura se eternizaba casi cuarenta años. Dos años después de la muerte de Franco, Suárez ganaba las elecciones que se habían celebrado solo 19 meses después del fin del régimen. Una obra colectiva, de reconciliación y generosidad de un bando y otro que, al correr de los años, fue estudiada y admirada en universidades de todo el mundo. Recuerdo que en la tele enfocaban el saludo de los miembros de la Policía Armada a políticos que habían estado escondidos meses antes para que esos mismos guardias no les capturaran. Ayer ví algunas canas de esa transición pacífica rendir homenaje, junto a los Reyes, a aquella época que nos ha permitido ser parte de una de las naciones más importantes y democráticas del planeta.

Por eso, no me resigno a que un grupo de ya no tan jóvenes profesores de la endogámica y radical universidad española, cargados de venganza y resentimiento (que ni siquiera el clavel rojo que portaban pudo dulcificar), me estropee un aniversario feliz. Esa memoria, esa historia familiar y sencilla, es parte de mi patrimonio personal y sentimental a resguardo de los conductos biliares de Podemos. El miércoles se celebraba un logro colectivo empapado en sudor obrero. Este sí, obrero y ciudadano. De la gente. Muy distinto al sudor caribeño cargado de petrodólares sobre el que Podemos ha construido su proyecto de odio, del brazo de los enemigos de España.

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