A quién le importa

«Cifuentes se irá no en nombre de la decencia sino de la estrategia»

Mayte Alcaraz

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Cristina Cifuentes se irá. Si no es hoy, será mañana y si no, pasado . No la echará Rajoy ni Rivera ni la noble sociedad madrileña ni la decencia pública, defendida hoy bochornosamente por algunos políticos cuyas biografías, ejecutorias y reputación solo sobreviven en el lado oscuro gracias a que nadie ha sentido la necesidad de prender el interruptor. Que se encienda esa luz en un futuro no dependerá desgraciadamente de la vocación de regenerar la vida pública ni siquiera de la gravedad de la falta. Ojalá fuera así también en el caso de la presidenta de Madrid, a la que sus propios errores hubieran sentenciado. Dependerá de los muertos que se haya dejado vivos, de la factura del callista que hayan tenido que pagar las vanidades heridas y de los altavoces mediáticos que voceen el pescado podrido.

Cifuentes se irá. Pero, no nos engañemos, no se irá por el daño hecho a la sociedad . Si esa fuera la justa vara de medir, la presidenta andaluza no tendría el apoyo de un partido que «solo» busca la limpieza política. Ni Errejón estaría preparando su ajuar para pugnar por la Comunidad de Madrid. Ni Espinar sesteando en el Senado tras disfrutar de un piso público vendido a precio de mercado. Escándalos todos que no despertaron el interés de las televisiones ni dispararon el share como el «caso Cifuentes» . O el caso «Soria». De todos ellos la prensa seria informó pero solo algunos prendieron en las escaletas televisivas, disparando la curva de audiencia, gracias a que la carne de corrupto si es de derechas siempre es más magra para comer, frente a la tele, con cuchillo y tenedor.

Cifuentes se irá. Pero no (solo) por lo que ha hecho. Cifuentes se irá porque Albert Rivera ha calculado que para sus intereses electorales le conviene dejarla caer sin despeinarse en una moción de censura; o se irá porque el PP quiere que Ciudadanos les haga parte del discurso pactando con la izquierda y propiciando que retorne una porción del voto que se le fugó al partido naranja; o se irá porque Sánchez quiere hacerle una campaña exprés a Gabilondo a un año de las elecciones; o se irá porque a Podemos le estimula ver a los socialistas genuflexos en la primera moción de censura de la izquierda. Con esas cábalas, a quién le importa el principal objetivo, la decencia política, frente a las luces cortas de los partidos.

Y para qué hablar de la Universidad, la gran damnificada. Mi padre soñaba con que yo estudiase en la Universidad. Era el arcano, la solución a todos los problemas en casa del obrero. Saber que los hijos íbamos a alcanzar un nivel educativo superior, era la llave que nos abriría la puerta del paraíso, la revocación del destino familiar. Pisar la Universidad fue para mí una reivindicación del sueño paterno, la reafirmación de que las utopías existen . Por eso, ese retrato sucio y malbaratado de la universidad que se está dibujando ha maltrecho ese amor angelical por ella que mantienen nuestros mayores y que nos hizo pisar con orgullo las aulas, el campus y sobre todo la cafetería, donde tantas fantasías de juventud nacieron entre cafés y menús grasientos. Pero eso, como la decencia política, a quién le importa.

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