La foto de la semana: Estruendos individuales

Del «érase un hombre a una nariz pegado», de Quevedo, hemos pasado al érase una persona que hasta se duerme con los auriculares puestos, que son muchas

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Hubo un tiempo en Madrid en que, después de cenar, prolongar la tertulia en la mesa del restaurante suponía ver cómo la expresión de los camareros era cada vez más severa. Y la única salida era acudir a una discoteca donde hubiera un rincón en el que el estruendo de la música permitiera hablar, aunque fuera apretados como si estuviéramos organizando una conspiración. Antonio Mingote era un experto en informar qué rincón de la discoteca permitía intercambiar algunas palabras, sin necesidad de gritar. Hace ya mucho tiempo que no he pisado una discoteca, pero en las dos últimas ocasiones comprobé que han aumentado los decibelios, y que esa intensidad sonora sólo permite gestos, expresiones, miradas, es decir, un lenguaje primitivo, donde el instinto le proporcione vacaciones a la deducción y al lenguaje oral, que es más complejo.

Ahora, el estruendo puede ser individual, y, antes de que te pongan los cascos, la discoteca puede tener el silencio de un velatorio. Es decir, que los auriculares nos los ponemos por la mañana para ir escuchando la radio, los cambiamos por los del móvil, luego por los del ordenador, recuperamos los del móvil al salir a la calle y, cuando queremos tener un rato de esparcimiento, vamos a la discoteca y nos colocan otros. Del «érase un hombre a una nariz pegado», de Quevedo, hemos pasado al érase una persona que hasta se duerme con los auriculares puestos, que son muchas las personas que se quedan dormidas escuchando alguna emisora.

Es una constante que, a medida que aumentan las posibilidades de comunicación, los individuos tienden a la incomunicación íntima. Muchos, mensajes, muchos correos electrónico, muchos whatshapps, pero disminuyen las confesiones emocionales, la búsqueda de consejo en el amigo, la recepción de preocupaciones del otro, de esa índole que no es compatible con los auriculares, porque por correo electrónico no se puede expresar el desgarro de una separación, la ausencia de un ser querido con el que ya nunca podremos hablar. O a lo mejor, como estamos todo el día enviando mensajes o escuchándolos, no nos da tiempo de escuchar nuestras propias emociones.

Me cuenta mi hijo que ya hay un local donde los auriculares te proporcionan la posibilidad de acceder a diferentes tipos de música. Es decir, que puedes estar con tu pareja, tan ricamente, acodado en la barra o meciéndote en la pista, pero uno escucha un rock duro y la otra una bossanova, en versión de jazz. Podría ser el equivalente al de esas parejas que he observado, y que, sentadas en la misma mesa, frente a frente, cada uno de ellos consulta su móvil, a la espera de que vengan los platos.

Nunca hemos tenido tantos medios y posibilidades de comunicación, y nunca nos ha dado tanto miedo la comunicación directa. No descarto que las declaraciones de amor por sms comiencen a superar a las que se llevan a cabo por los medios tradicionales.

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