Robel Tuemzghi, de 17 años, en la isla italiana de Lampedusa junto algunos compatriotas
Robel Tuemzghi, de 17 años, en la isla italiana de Lampedusa junto algunos compatriotas - LUIS DE VEGA

«Cinco libios como drogados y con cuchillos nos trataban como animales»

Un joven de 17 años relata la odisea para llegar de Eritrea a Lampedusa (Italia) y su sueño de ser diseñador de ropa en Londres

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«¿Dónde está la estación de tren para ir a Roma?». Esta pregunta la escucharon los vecinos de Lampedusa cuando hace un par de décadas las primeras embarcaciones de inmigrantes empezaron a llegar a esta pequeña isla italiana más próxima a Túnez que a Sicilia. Convertida en la primera frontera europea del Mediterráneo para los que salen de Libia, ya nadie pregunta hoy por la estación. Todos saben que han pisado suelo de la Unión Europea pero que la capital italiana está a unos 800 kilómetros y no a tiro de ferrocarril.

Robel Tuemzghi, eritreo de 17 años, camina rodeando el puerto nuevo de Lampedusa mientras relata su odisea a este reportero. Tiene dudas entre cuál ha sido el peor momento desde que hace dos años se fue de su casa.

No ha sido, desde luego, el de la travesía por mar hasta ser rescatado hace un par de semanas por agentes italianos. «Fue muy duro atravesar el desierto entre Sudán y Libia. No teníamos ni agua ni comida. Íbamos subidos en coches tipo `pickup´, cambiábamos de vehículo cada cierto tiempo y llegamos a ir hacinados hasta 25. Tardamos como ocho días desde Jartum a Trípoli». Pero sigue hablando y, sin querer dar demasiados detalles del tiempo que ha pasado en manos de los traficantes, acaba diciendo: «Lo más duro ha sido Libia».

«Allí hemos estado esperando dos meses. Nos tenían a decenas de nosotros encerrados en una misma estancia, un espacio muy pequeño, un verdadero agujero. Nos controlaban unos libios que nos trataban como animales. Eran cinco. Parecían ir todo el día drogados y nos amenazaban con cuchillos. Nos daban de comer pasta y agua una vez al día», cuenta Robel Tuemzghi. Su amigo Nahom Fitsum, también eritreo de 17 años, muestra la cicatriz que tiene junto al ojo derecho después de haber sido golpeado con un palo por uno de los traficantes durante el cautiverio en algún lugar de Trípoli.

La Primavera Árabe sirvió para acabar con más de cuatro décadas de dictadura de Muamar Gadafi, pero el país vive ahora sumido en el caos y la anarquía. Numerosos informes dan cuenta de los abusos de todo tipo que sufren los inmigrantes en este estado, hoy, sin gobierno.

Llegado el día elegido, a mediados de abril, «nos trasladaron en camiones», sigue contando el joven eritreo. «No sabría decir exactamente el sitio. Subimos en un pesquero por la noche. Era un jueves. Calculo que seríamos unos 350 entre eritreos y etíopes». Para tener acceso a esa embarcación tuvo que pagar el pasaje. No importó que en ese momento no dispusiera del dinero necesario. Los tentáculos de los traficantes llegan lejos. «Los 1.750 dólares los abonó directamente mi hermano, que reside en Israel. Esta mafia tiene contactos en todos los países».

Tuemzghi fue rescatado cerca todavía de las costas de Libia y trasladado a Lampedusa, donde espera ser trasladado en ferry a la isla de Sicilia, a unos 200 kilómetros. «Tuvimos suerte», señala el joven. Viene junto a una docena de compatriotas de darse un baño tranquilamente en una de las calas de aguas turquesas de la isla. Ninguno aparenta ser mayor de edad. Sin miedo a ser detenidos o molestados, pasan delante de los barcos de la Guardia de Finanzas y de la Guardia Costiera, por delante de los yates que se alquilan para los turistas y por delante de la explanada donde yacen envejecidos algunos de los pesqueros empleados por los inmigrantes para realizar la travesía.

Viven en un centro para inmigrantes, del que pueden salir y en el que trabajadores del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) se entrevistan con ellos para ayudarles a pedir asilo y convertirse en refugiados.

Tuemzghi es un joven despierto, se le ve espabilado. Tiene un buen inglés, pero prefiere hablar más de sus proyectos de futuro que de lo vivido desde que hace dos años, con 15, emprendió el camino sin decir nada a sus padres, católicos como él. «Ellos daban por hecho que yo me iba a ir. No les dije que lo había hecho hasta que estaba ya en Etiopía». Eritrea vive bajo una feroz dictadura pero sorprende que un chaval adolescente, que sin duda ha tenido que madurar a marchas forzadas, deje su país. «No me gustaba la falta de democracia. Tras el colegio no tenemos futuro. No nos queda otra que convertirnos en militares por un sueldo de nada», afirma mientras apura la última calada de un cigarrillo.

Su meta es convertirse en diseñador de su propia marca de ropa en Inglaterra, donde vive un hermano de su madre. «Creo que tengo talento para ser diseñador de ropa. Eso, allí en mi país, es imposible». «De Europa espero disfrutar de la libertad y de la igualdad de oportunidades». Pero todavía es consciente de que hasta llegar a Londres tiene por delante «un largo viaje».

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