Hacer más doméstico el mundo

Jorge Martínez Lucena, profesor de la Universitat Abat Oliba CEU y promotor del proyecto ‘Familias acompañando a Familias’ explica en este artículo que familia educa en la esperanza a través de gestos sencillos de sacrificio

S.F.

El Papa insiste en la pertinencia actual de cuidar la familia. En el número 183 de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia dice: «Dios ha confiado a la familia el proyecto de hacer doméstico el mundo, para que todos lleguen a sentir a cada ser humano como un hermano».

La familia no coincide meramente con salvaguardar la propia casa de un exterior corrosivo con la gratuidad que en ella se aprende. La familia educa en la esperanza a través de los gestos más sencillos de sacrificio de unos por los otros. La familia cristiana no es la familia burguesa, es un hogar en el que se impide que el corazón del hombre se encoja en la voracidad del consumo.

La familia es mucho más que un espacio preservado de la lógica neoliberal, aunque la familia nunca ganaría esa batalla sola. Lo decía Eliot: «No hay vida que no sea en comunidad, ni comunidad que no se viva en alabanza a Dios».

La familia es la posibilidad de que la esperanza, esa pequeña niña de la que hablaba Péguy, «que se duerme todas las noches, en su cama de niña, después de rezar sus oraciones, y la que todas las mañanas se despierta y se levanta y reza sus oraciones con una mirada nueva», se contagie en nuestro mundo atribulado por las más variopintas crisis.

La familia está llamada a probar que su amor no es un narcisismo endogámico o mafioso, sino un puro descentramiento hacia los hermanos más necesitados, porque si no lo «hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo» (Mt 25, 45).

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