Así posan Charlene Wittstock y Alberto de Mónaco
Así posan Charlene Wittstock y Alberto de Mónaco - efe

El legado que Alberto II ambiciona para Mónaco

Ayer comenzaron los festejos que conmemoran sus diez años en el trono. Charlene fue la protagonista

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Tal día como hoy, hace diez años, el Príncipe Alberto (57 años) accedía al Trono de Mónaco en una ceremonia que la prensa francesa destacó por su «sencillez, naturalidad y carácter eminentemente político» («Paris Match», 12 de julio de 2005). Tres meses antes, el 6 de abril, Rainiero III había fallecido y de manera automática su segundo hijo, y único varón, le sucedía en la jefatura del Principado. Aquel día de verano, a Alberto le acompañaban sus dos hermanas: la Princesa Carolina (solemne y elegantísima de Chanel Alta Costura, aunque, eso sí, excesivamente abrigada para la ocasión) y la Princesa Estefanía (ataviada con un vestido tan liviano, que más bien parecía destinado a lucir en el Beach de Monte-Carlo).

Ayer, cuando comenzaron las celebraciones de tan redondo aniversario, la estampa era muy diferente. Estaban Carolina y Estefanía con sus respectivos hijos (en el caso de la primera, también con sus nietos), pero por encima de quienes antaño fueron las «novias de Europa» destacó la Princesa Charlen, esposa de Alberto desde hace cuatro años y madre de sus dos hijos legítimos: los mellizos Gabriela y Jaime, actual Heredero. La exnadadora sudafricana regaló a los monegascos el momento más emotivo de la jornada con un breve discurso que arrancó con las palabras «mi señor» y cerró con la frase «eres el príncipe de mi corazón». A Alberto se le saltaron las lágrimas, mientras que Charlene sonreía serenísima sin que pareciera afectarle el calor que en su marido hacía estragos.

Segundo día de fiestas

Este décimo aniversario está engalanado con grandes festejos que hoy continúan. Pero el verdadero símbolo del poder de Alberto II se plasmará en la culminación de su gran proyecto inmobiliario, Le Portier, llamado a marcar su huella personal en la historia de la expansión marítima del principado que lleva el apellido Grimaldi desde hace 700 años.

Desde mediados del siglo XIX, cuando Mónaco cobró su fisonomía definitivamente moderna, convirtiéndose en una referencia mayor en la historia y la geografía del lujo, el recreo, el ocio y el turismo mundial, cada príncipe reinante ha modernizado el pequeño estado – cuya independencia se ganó con temple de acero y astucia proverbial– escribiendo nuevas páginas.

Los abuelos y bisabuelos del Príncipe Alberto convirtieron Mónaco en un balneario de gran lujo la realeza y los aristócratas de la vieja Europa. Aquel modelo entró en crisis durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler y Mussolini soñaron con una anexión militar, que la familia Grimaldi supo evitar con mucho arte diplomático.

Años después de la contienda, Rainiero III (llegó al Trono en 1949) salvó a su patria de la voracidad de los armadores griegos (sobre todo Aristóteles Onassis) y el «imperialismo» apenas encubierto del general de Gaulle. Rainiero II creó un nuevo Mónaco, al que Monte-Carlo (la zona más legendario, por excelencia) prestaba un aura cosmopolita de nuevo cuño, que la Princesa Gracia transformó definitivamente con su propia imagen personal de dama cinematográfica al contraer matrimonio con el Príncipe Rainiero en 1956. L os negocios inmobiliarios tuvieron una importancia crucial en el saneamiento empresarial del Principado.

Desde hace poco menos de 200 años, Mónaco ha crecido con nuevos «barrios» e n un diminuto pañuelo geográfico.Alberto II pasará a la historia como el jefe de Estado que ganó al mar poco más de seis hectáreas para construir Le Portier, una isla artificial edificada entre el Puerto Hércules y el Foro Grimaldi, frente al peñón de Monte-Carlo y entre dos reservas ecológicas.

La idea original de ampliar el territorio habitable creando una isla artificial data de principios de este siglo. Pero fue abandonada en 2008, tras el estallido de la crisis financiera internacional. Coincidiendo con las fiestas y ceremonias de este décimo aniversario de reinado, Alberto II confirmará las grandes líneas de un proyecto relanzado empresarialmente cuatro años atrás.

La construcción de este futuro nuevo «barrio» monegasco costará más de 1.000 millones de euros y permitirá edificar más de 60.000 metros cuadrados de pisos de ultra lujo, así como zonas comerciales submarinas, un museo, un teatro, zonas recreativas...

Le Portier tiene trazas de ser un proyecto urbanístico futurista, que el Príncipe Alberto ha deseado «ejemplar» en lo que respecta a la preservación de la flora y la fauna mediterránea. Ecología, turismo, deporte, filantropía son algunos rasgos esenciales del Mónaco del siglo XXI.

El hijo de Gracia de Mónaco ha comentado de este modo este ambicioso proyecto con el que pretende dejar su huella personal en la historia de Mónaco: «Es el proyecto de una vida. Hemos trabajado mucho, durante mucho tiempo. Hay muchos aspectos importantes. Finalmente, nos ha quedado un proyecto equilibrado, de unas proporciones aceptables, que corresponde a nuestras necesidades. He escuchado y tenido en cuenta muchas críticas. Hay quienes piensan que no era necesario. No comparto esa opinión. Mónaco debía y debe crecer.El mar mediterráneo es nuestro primer horizonte. Otros criticaban una presunta falta de ambición, diciendo que es un proyecto muy modesto. Hemos comenzado por ganar seis hectáreas. No se trataba de satisfacer mi “ego” personal. Se trata de proponer algo razonable que corresponda a nuestras necesidades para los próximos diez o quince años. Hemos discutido. Y creo que Le Portier aportará a Mónaco un nuevo espacio vital, que enlaza con nuestra tradición y abre nuevas puertas a nuestro futuro...».

Toda una declaración de intenciones que se plasmará en esa isla artificial frente al legendario del Hotel de París (en curso de renovación), responderá a los nuevos desafíos económicos nacionales y mantendrá la marca indisociable del lujo, el placer y el arte de vivir. Se trata, al cabo, de hacer soñar a clientelas muy diversas: del turismo de masas de los cruceros mediterráneos, al de muy altos vuelos que aquí encuentra unos servicios (no solo financieros) destinados a satisfacer los deseos más íntimos de una clientela dispuesta a pagar caprichos no solo urbanísticos al precio más alto en euros, oro, dólares, o cualquier moneda.

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