Joaqum Molins, en 2014, durante su etapa como presidente del Gran Teatro del Liceo
Joaqum Molins, en 2014, durante su etapa como presidente del Gran Teatro del Liceo - EFE
NECROLÓGICA

Joaquim Molins, negociador del Pacto del Majestic

Destacado político, fue consejero, líder de CiU en Madrid y presidente del Liceo

BARCELONA Actualizado: Guardar
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No por esperado, sabiendo de su enfermedad maldita, el fallecimiento de mi amigo Joaquim Molins i Amat me ha dejado anodadado. La muerte siempre es injusta por más que sea el destino final de todo ser vivo. La de mi estimado Joaquim aún lo es más porque nunca fue merecedor de la misma si por sus actos pudiera medirse. Su eterna sonrisa seguirá grabada en mi mente hasta que yo le siga en su viaje.

Su sonrisa fue su sello personal en todo aquello que llevó a cabo. Fuese en el ámbito empresarial, en el político o en el de mecenazgo, la sonrisa, una sonrisa con fuerza empática irresistible, lo alineaba y lo allanaba todo, hacía fácil lo difícil y hacía posible lo que aparentaba ser imposible.

Era su particular imán ante la fuerza del cual nadie podía resistirse. Se integraba en su fuerte personalidad como anillo en el dedo. Venía a definirla. Y lo hacía esplendorosamente. Con exactitud exquisita.

Perteneciente a una familia de cementeros, todos ellos con la cabeza bien amueblada para lo bueno y lo peor, vitalistas, trabajadores, nobles y altruistas, Joaquim Molins nació incorporado a una saga de catalanes perteneciente a la burguesía creativa que tanto ha dado al país en su conjunto, llámese Cataluña o llámese España, con vocación de presencia internacional. Nunca hizo gala de pertenecer a una de las familias catalanas que han creado y repartido riqueza. Por el contrario, heredó y practicó la humildad de los grandes.

La sencillez fue su segundo sello personal. También por su accesibilidad, común entre sus numerosos hermanos, supo y pudo hablar con el rico y con el pobre. Escuchó, y así engrandeció su dignidad como ser humano.

Porque se nos ha ido un hombre digno que nunca aspiró a reconocimiento alguno. Su dignidad fue un regalo para todos aquellos que lo tratamos y, sin duda, una cualidad en la que muchos bebimos al objeto de ser coherentes, sinceros y nunca jamás rastreros. Molins decía lo que pensaba, lo expresaba de manera amable y siempre bajo un argumentario dispuesto a ser mejorado si quienes le escuchaban enriquecían su pensamiento. Aburría o mejor desdeñaba a los habituales del peloteo. Siempre creí que llevaba grabado el «don Ángel, sí señor» del tebeo de su infancia. Le desagradaba profundamente el asentimiento por silencio imperativo.

Quizás porque, como yo mismo, amigo con el que compartió tantas cosas y le trasladó tantas confidencias, creía que de la discrepancia democrática podían surgir grandes acuerdos y, muy principalmente, excelentes complicidades, Joaquim Molins era un virtuoso en el manejo de los tiempos. Inspirado por el Eclesiastés, tenía un tiempo para saber, otro para para negociar y un tercero para decidir. En caso de desacuerdo, esbozaba su sonrisa y desdramatizaba el desencuentro. Siempre supo que entre el todo y la nada se hallaba una centralidad constructiva. Todo un ejemplo de nobleza y de sabiduría.

Descanse en paz.

Josep López de Lerma i López-Carreres Abogado y vicepresidente del Congreso de los Diputados (1996-2004)

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