Dos personas contemplan varias piezas de la exposición sobre Alonso Berruguete en Valladolid
Dos personas contemplan varias piezas de la exposición sobre Alonso Berruguete en Valladolid - F. HERAS
Cultura

El Museo de Escultura saca de los retablos al Berruguete más pagano

A través de 67 obras, muestra en Valladolid cómo reinventó el universo clásico

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La muerte temprana de su padre, el pintor Pedro Berruguete, animó a Alonso a embarcarse a Italia siendo todavía adolescente para seguir formándose en su carrera artística. Allí, la primavera de 1510 se instaló en Roma para participar junto a otros cuatro artistas en el concurso más célebre del Renacimiento, presidido por Rafael. Los jóvenes creadores tenían que haceruna copia del Laocoonte, una obra cuyo descubrimiento reciente en una villa romana había conmocionado a la Ciudad Eterna. A partir de ese momento en que Alonso Berruguete entró en contacto con la escultura clásica y durante toda su vida el Laocoonte «martilleó permanentemente» su cerebro: «El artista hizo suyo ese grito sofocado del Laocoonte e insufló su arte de morir a sus apasionadas y febriles escenas bíblicas», explicaba ayer la directora del Museo Nacional de Escultura, María Bolaños, para quien, a través del mencionado certamen, el escultor nacido en Paredes de Nava (Palencia) entró «por la puerta grande del Renacimiento, de la modernidad artística».

Ahondar en sus fuentes de inspiración y ver cómo reinventó el universo clásico es lo que pretende la exposición «Hijo del Laocoonte», cuyo título es tomado del creador e historiador de arte Moreno Villa. «Fue tal el impacto que causó en su bagaje el descubrimiento y reinterpretación de su escultura que lo trasladó cuando regresó a España en 1518», destacó el comisario de la muestra, Manuel Arias.

A través de 67 piezas distribuidas en cinco capítulos, el Palacio de Villena (sede de las exposiciones temporales del museo con sede en Valladolid) muestra a un Berruguete más pagano, que, «sacado del marco de sus retablos, da rienda suelta a su temperamento más sensual, más pegado a la encarnadura de sus personajes, cercano a sus sufrimientos».

El primer moderno

Ese artista muy personal, poco ortodoxo y quizá también algo excesivo se plasma, entre otras muchas obras suyas exhibidas, en la madera policroamada «Sacrificio de Isaac». Situada junto a una copia en yeso del famoso Laocoonte del propio museo se puede ver en la talla cómo trasladó el dramatismo de la obra clásica a una tragedia bíblica, lo que prueba que este artista no se limitaba a copiar de manera mimética el mundo de la Antigüedad, explicó Bolaños, para quien Berruguete fue «el primer moderno de la escultura española», tal y como se recoge en las primeras salas, donde se habla del «Prometeo» de la escultura.

En los sucesivos espacios llaman la atención varias piezas, entre ellas un sarcófago romano con el tema de la Orestíada que fue hallado en Husillos (Palencia) y que ha sido cedido por el Museo Arqueólogico Nacional. De él dicen, recordaba Arias, que Berruguete, «atónito», había reconocido que «pocas cosas mejores había visto en Italia». Otro de los tesoros expuestos es la venera con la que el artista coronó el retablo de San Benito en Valladolid. Con más de cinco metros de diámetro, ha sido restaurada para la ocasión desde que en el XIX fuese desmontada con motivo de la desamortización.

Aunque en la muestra predomina la escultura, Berruguete fue un creador completo y así se traslada en otro de los capítulos que incluye un dibujo procedente de la galería de los Uffizi y una curiosa carta autógrafa en la que el artista se queja amargamente del trato que recibía de los frailes y lo escribe sobre el esbozo de un tema, la «Circuncisión», que luego repite en una escultura y otra pintura. La exhibición concluye con más ejemplos del traslado de ese mundo antiguo con piezas como la tabla «San Marcos Evangelista», en cuya parte superior se percibe también una insinuación de un mosaico romano que nunca terminó.

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