«Árboles que parecéis», acuarela del escultor Alberto Sánchez
«Árboles que parecéis», acuarela del escultor Alberto Sánchez
ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Una generación de ruptura

En los años 70 se produce una convulsión artística emparentada con Alberto Sánchez, que les descubre que también en Toledo es posible el arte moderno

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Se admite que la cultura en Francia es un asunto de Estado desde los tiempos de Luis XIV (1638-1715). ¿Y en España? En España, la cultura ha estado sometida a los vaivenes de la política. Nunca ha sido cuestión de Estado. ¿Y en Toledo? En Toledo, desde hace siglos, la cultura ya no era nada. Como máximo, las nostalgias de tiempos supuestamente mejores. Fueron siglos de esplendor inventado sobre los que disertaban eruditos locales y luego se reproducían en discursos oficiales. Ni siquiera era una inquietud de las élites. Hacía siglos que en Toledo no existían élites. Solo menestrales, que escribiría Félix Urabayen. Hasta que en la segunda mitad de siglo XX ocurre una explosión. Un movimiento inesperado.

Potente como una bomba, radical como la lava de un volcán. Tan imprevisto que, aún la sociedad en su conjunto, no los ha incorporado a su acervo cultural.

En los años setenta y siguientes del siglo XX se produce en Toledo una convulsión entre quienes muestran aficiones por el arte. Básicamente, la pintura y la escultura. Un grupo de individualidades, con algunos rasgos en común y menos diferencias de las que ellos mismos dicen tener entre sí, deciden romper con lo anterior. Y lo hacen en una sociedad provinciana, conservadora y pacata. Con el pasado les emparenta una estrella en el cielo complejo de Toledo: Alberto Sánchez. Que había saltado desde el barrio de las Covachuelas a Vallecas, que eran los arrabales de Madrid. Con él descubren que también en Toledo es posible el arte moderno, más actual, llamase surrealista, expresionista, conceptual o abstracto. A ese grupo lo podríamos denominar, para entendernos, como «Generación de la Ruptura».

Un fenómeno similar había ocurrido unos años antes en San Sebastián. Allí, un grupo de gente intenta plantar cara al gris oscuro del arte y de la cultura en la España de la guerra y la postguerra. Exactamente igual que en Toledo en los años setenta. Allí se organizan Chillida, Oteiza, Basterretxea, Sistiaga, Ruiz Balerdi, Mendiburu y otros. Aquí, Beato, Jule, Villamor, Luis de Pablos, Fuentes, Rojas, Cruz Marcos, López Romeral, Sanguino, Tomás Peces, Giles y otros. Allí constituyen en 1966 un grupo «Gaur» (Hoy), que apenas duró dos años por las circunstancias políticas y por las diferencias entre sus miembros. Aquí, se crea Tolmo en 1971, que tardó más tiempo en diluirse. Allí querían conectarse con la modernidad, inspirándose en las raíces primitivas del territorio vasco y en la identidad local. Aquí, no es lo mismo. Sí es cierto que se busca un primitivismo genérico, extraído de la historia universal. En cuanto a identidad particular es un producto que nunca se ha cultivado en las Castillas, excepto algunos localismos arcaizantes y zarzueleros. El reto para quienes se dedicarán a la escultura será superar a los antiguos artesanos del hierro, la forja, la madera o la cerámica. Para quienes se dedicarán a la pintura, ya estaba bien de zuloagas, soroyas, arredondos, veras y cuantos epígonos se habían relacionado con el arte en la primera mitad del siglo.

Clasificar individuos, dispares, y comprimirlos en una «Generación» no deja de ser un artificio instrumental. Una forma, tal vez ya superada, de simplificar, a efectos pedagógicos y prácticos, una realidad que se presenta dispersa y enrevesada. Sin embargo, todos muestran puntos en común para poderlos encuadrar en esa teorética «Generación de la Ruptura». Todos están relacionados con la Escuela de Artes y Oficios. Todos tienen una edad parecida. Todos son de origen humilde. Algunos descubren sus inquietudes artísticas trabajando en el damasquinado, una industria floreciente que daba trabajo en negro a unas cuantas familias de la ciudad. Todos están contra el conservadurismo y el estatismo de la ciudad y las visiones estereotipadas del arte, la cultura y la historia. Cada uno, desde un proceso subjetivo, busca conectar con las rupturas que ya se habían producido en el mundo o se producían en España. En escultura, en el año 1951, Chillida presenta su obra «Ilarik»; Oteiza su «Monumento al preso desconocido». Transformarán el concepto de escultura en España y fuera de ella. En pintura el grupo El Paso, más la obra de Canogar (de Toledo en la distancia), Lucio Muñoz, Millares, Saura, Zobel y otros pretenden enlazar con las vanguardias de los comienzos del siglo. La guerra y la postguerra habían generado fracturas por donde se habían exiliado los movimientos modernizadores que habían conectado el arte en España con las vanguardias europeas, sobre todo francesas. En París un gran número de españoles cambiaba el arte universal definitivamente. Todos buscan expresarse con nuevos materiales y con nuevos lenguajes. Dentro de la ruptura entrocan con los oficios artesanales y las tradiciones populares como había sucedido con Chillida, Oteiza o Martín Chirino, en escultura. Todos estudian cómo trasmitir sensaciones e intuiciones con el uso del material, los volúmenes y la luz. La expresión figurativa desaparece, aunque en realidad ya había desaparecido del panorama internacional con Picasso, Julio González, Alberto Sánchez, Brancussi o Henry Moore.

Alberto Sánchez, en el exilio en Rusia, será la gran reivindicación de esta hipotética «Generación». Es como el retrato prototipo de todos ellos. Alberto Sánchez había construido, antes del exilio, una obra innovadora e intuitiva. Lógico que se identifiquen con él, cada uno a su manera. Había introducido romanticismo y poesía en la pintura, en la escultura o en la arcilla. La invocación a Sánchez actúa como una provocación intelectual y estética contra la sociedad toledana enquistada en el costumbrismo. Se intenta un acto de resarcimiento individual de una injusticia histórica. Todos viven de otros trabajos, por lo que su dedicación es un ejercicio puramente entusiasta, solitario. Su obra apenas trasciende a la colectividad. Incluso en el tiempo presente. Los escultores tienen piezas colocadas en las rotondas del Polígono Industrial; los pintores en los despachos de las administraciones publicas. Acumulan premios nacionales e internacionales, pero cada uno guarda las obras en su casa. No existe una asunción colectiva de sus trabajos. Afortunadamente casi todos viven. Y todos continúan investigando. Es una Generación que aún no se ha agotado. La ciudad en su totalidad (instituciones e individuos) tienen la obligación de valorar una obra tan rompedora y a sus creadores.

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