Bill y Hillary Clinton se abrazan durante un acto de campaña de la nominación demócrata en Iowa
Bill y Hillary Clinton se abrazan durante un acto de campaña de la nominación demócrata en Iowa - REUTERS

Los Clinton: 3.000 millones de dólares en donaciones en cuarenta años

Décadas de relaciones con el mundo financiero y empresarial han permitido al matrimonio jugosas recaudaciones para su carrera política, muchas de origen opaco

NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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Si todo presidente ha dejado por el camino algún escándalo (Barack Obama por ahora parece la excepción), Bill Clinton es recordado, y probablemente lo siga siendo, por el «caso Lewinsky». Su relación sexual con la célebre becaria en la propia Casa Blanca, inicialmente negada y que puso contra las cuerdas al presidente en un finalmente fracasado proceso de impeachment (destitución), resulta hoy de imborrable recuerdo. Pero son sus negocios y los de múltiples amigos y conocidos, bajo el paraguas de la tupida red de relaciones iniciada por Bill Clinton y fomentada por su mujer, Hillary, los que conforman la sombra de la sospecha. Durante los últimos años, raro es el mes que los periódicos no publican alguna información que da cuenta de los réditos obtenidos por la familia o por alguien cercano, generalmente amigos o simpatizantes del Partido Demócrata, testigos de muchas campañas en las que los Clinton han tirado de influencias.

Incluido el propio Donald Trump, seguro rival de Hillary Clinton en la próxima elección presidencial.

En un balance global que ofreció hace algunos meses el diario «The Washington Post», las cuatro décadas de relaciones con el mundo financiero y empresarial han permitido al matrimonio jugosas recaudaciones para su carrera política y su tupida red de negocios, que rondan los 3.000 millones de dólares (algo más de 2.656 millones de euros). En su investigación, el mismo diario había identificado a 336.000 fuentes de financiación de los Clinton, entre particulares, empresas, organizaciones y países extranjeros.

Muchas de esas aportaciones han sido objeto de polémica. Aunque es cierto que las denuncias nunca superan el grado de sospecha y por ello carecen de efecto directo, la actual campaña de primarias demócrata está marcada en gran parte por acusaciones del socialista Sanders contra una candidata que muestra síntomas de debilidad. Cuando el senador por Vermont reitera una y otra vez las amistades peligrosas de su rival con Wall Street, el desgaste es notable. Como no le echa en cara sus cuantiosas remuneraciones por conferencias financiadas por entidades bancarias, entre ellas la casi innombrable Goldman Sachs, uno de los embriones de la crisis financiera. Los 200.000 dólares por actuación son vistos casi como una provocación por los miles y miles de afectados por la crisis o por la multitud de jóvenes que arropan a Sanders.

En el negocio de las conferencias retribuidas, su marido, el expresidente Bill Clinton, marcó el camino. Se calcula que sus aproximadamente 600 intervenciones en todo el mundo desde que dejó la Casa Blanca, le habrían reportado unos 110 millones de dólares.

Pero ha sido la Fundación que lleva su apellido, fundada por Bill en 1997 para dar continuidad al objetivo de todo presidente, perpetuar su legado, el verdadero foco de la investigación periodística y del escándalo político que ha derivado en lo que hoy se conoce como universo Clinton. Una máquina de recaudar, que se estima que ha acumulado más de 2.000 millones desde su creación y que cuenta con dos millares de empleados, con un presupuesto anual no inferior a los 220 millones de dólares. Pero también un verdadero entramado de relaciones nacional e internacional, que nace con la buena causa de mejorar la vida de los más necesitados pero que se nutre de fondos no siempre de procedencia transparente ni con una ortodoxa forma de justificarlo. El último escándalo en torno a la entidad sin ánimo de lucro, para muchos una paradójica forma de definirla, surgió el pasado año, al publicarse que Hillary Clinton había estado condicionada en sus decisiones durante su etapa de secretaria de Estado por las donaciones de Gobiernos o empresas públicas extranjeras que había recibido la Fundación. Su movimiento de abandonar el consejo de administración de la entidad antes de presentarse como candidata electoral, no parecía entonces sino un gesto para la galería.

No verse condicionada

Las aportaciones extranjeras para la responsable de política exterior resultaban especialmente comprometedoras, dado que la propia Clinton había llevado a cabo un juramento previo para evitar que las millonarias aportaciones condicionaran su toma de decisiones relacionadas con la seguridad nacional.

Sin embargo, la Fundación recibió millones de dólares del extranjero. Por ejemplo, el Gobierno de Argelia donó medio millón en 2010, en el mismo periodo en que los argelinos buscaban mejorar su relación con Estados Unidos. La entidad recibió fondos por entonces también de Kuwait, Qatar y Omán, de relación sensible con la primera potencia mundial. Aunque los fondos más polémicos fueron los procedentes de capitales mineros de Canadá, unos 31 millones de dólares. Inversores como Frank Giustra, con quien los Clinton mantienen una relación estrecha en el país vecino, vendieron a su vez minas de uranio a la agencia estatal rusa Rosatom.

La Iniciativa Clinton de Salud Global, una de las ramas de la Fundación, reconoció que en dicho periodo no había entregado un solo dato sobre sus donantes, una muestra de su opacidad. No fue la única. La canadiense Alianza Empresarial Clinton Giustra, una organización coparticipada en la que también está presente la familia, tampoco había aportado entonces la identidad de sus más de mil donantes.

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