Salvador Sostres

El presidente que odiaba las campañas

A diferencia de sus narcisistas adversarios, Rajoy se ha mostrado tal y como es

Salvador Sostres
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Que a Rajoy no le gustan las campañas, ni nada que tenga que ver con la pasarela o con el escaparate, no nos hacían falta estos 14 días para comprobarlo. El marianismo no es una ideología, es una forma de vivir, un pragmatismo que tiende a la eficacia y al que romper la porcelana le provoca toda clase de disgustos. El marianismo es un aire, un estilo, y tras algunos años considerando la estrategia, por fin el Partido Popular y el propio candidato se han decidido por reivindicarlo en lugar de tratar de disimularlo. Cuando todos te critican algo -Cocó Chanel- insiste en ello, porque posiblemente se trate de un valioso detalle de tu personalidad. El marianismo es contrario al exhibicionismo en tiempos de narcisos ensimismados en la pantalla; el marianismo es lo opuesto al griterío en tiempos en que la trifulca tabernaria ha sustituido la mínima seriedad que exige un debate para poder ser considerado político; y si para Rajoy es ya de por sí incómodo pasarse el día desfilando de cara a la galería, si encima tratan de arrastrarle al fango, él mismo se excluye del juego, como para no mancharse los zapatos.

Campaña sin riesgos

Pero pese a su timidez, a su acusado sentido del ridículo y a su carácter introvertido poco dado a desnudarse en los escenarios, lo que ha distinguido la campaña de Rajoy de todas las demás ha sido precisamente la verdad. El presidente y su equipo no han tratado de presentarse como algo que no son, ni han arriesgado con excesos que desnaturalizaran al candidato. Rajoy ha vendido la obra de Gobierno, con la recuperación económica como elemento fundamental. Ha explicado que su objetivo es tener a 20 millones de españoles trabajando en 2020, porque una campaña electoral «is always about the future», como le dijo Bill Clinton a Jorge Moragas.

El marianismo es un estilo y Rajoy se ha decidido por fin a reivindicarlo

Y esta verdad explicada, que tendría que ser lo normal en un país culto y civilizado, es excepcional en España hasta el punto de que hoy los únicos votantes que saben lo que exactamente se va hacer con su voto son los que al final se inclinen por votar al PP. Ni Rajoy trata de parecer más joven, ni menos presidenciable. Y así como votar a Ciudadanos, a los socialistas o a Podemos es lanzar tu voto al aire, y a ver dónde cae, sólo aquellos que voten a la derecha saben que su voto exclusivamente servirá para que el marianismo continúe en La Moncloa cuatro años más.

Rajoy es el único optimista de la Nación, el único que ha articulado un relato a partir de nuestra realidad bienestante -mucho más bienestante, sí, de lo que exclaman los panfletos de la izquierda-; y ha dejado el deprimente recurrir al tremendismo para estos jovenzuelos que forzadamente quieren convencernos de que vivimos sepultados bajo toneladas de porquería, para poder comparecer ellos como los que vienen a salvarnos. Hay una coquetería fatalista en España, un gusto por la carraca trágica que agitan los que se autoproclaman «la nueva política», cuando en realidad recurren al ancianísimo recurso de anunciar el fin del mundo con una mano mientras con la otra tratan de vendernos el milagrero antídoto.

Trabajar sin presumir

Si Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera se han pasado la campaña mirándose al espejo, para que viéramos lo guapos y lo nuevos que son, Rajoy ha puesto un espejo delante de nuestras vidas salvadas del rescate, y mejoradas por la recuperación económica, para que nos veamos en ellas y tengamos la valentía de encarar el futuro con esperanza.

Se le ha acusado de vago y de no hacer nada, cuando lo que simplemente ha ocurrido es que se ha dedicado mucho más a trabajar que a presumir de ello: así en la economía como contra el separatismo, hoy reducido a sus propias contradicciones gracias a un Gobierno que ha actuado con inteligencia y perfil bajo, desquiciando a la fiera en lugar de azuzarla. Se le ha reprochado que sólo acudiera a un debate y sólo con Pedro Sánchez, pero se lo han reprochado los que necesitan follón y circo para salir en los medios. Es un reproche que responde a una estrategia legítima, y lógica, pero cualquier lógica y cualquier estrategia de un presidente serio pasan por preservar la dignidad de su cargo huyendo de la sobreexposición y de la frivolidad mediática. Esto es un Estado y no la fiesta de Navidad del colegio de tus hijos, donde cada niño tiene su oportunidad. La democracia es, sobre todo, una cuestión formal. Y cuando estos chicos consigan sus escaños, y en función de los escaños que consigan, tendrán los correspondientes minutos de atención presidencial.

Rajoy es el único candidato que ha entendido que un Estado no es un circo

Un Estado tiene su peso, su ritmo, y Rajoy ha comparecido durante la campaña como el único capaz de entenderlo y de representarlo. Ni una sola pirueta, ni una sola concesión, ni un solo niño cogido en brazos. El único niño fue su hijo, al que le soltó colleja y media por un comentario la verdad que muy gracioso sobre Manolo Lama. Pero educar es reprimir, como la derecha sabe. La izquierda lo ha olvidado, y así nos va.

En esta mala educación, en este desprestigio de la autoridad, en este desprecio de las categorías y de la jerarquía hay que necesariamente situar el insultante debate que planteó Pedro Sánchez contra el presidente, llegándole a insultar, acusándole de ser indecente. Al cabo de un par de días, Rajoy fue agredido en Pontevedra, y aunque se ha negado a sacar conclusiones políticas del incidente, todo el mundo ha podido ver dónde llevan los contextos de tantísima agresividad; y una vez deshumanizas a tu adversario, negándole cualquier integridad, y cualquier dignidad, no es necesario que tú te ensucies las manos, porque es sólo cuestión de tiempo que cualquier loco convierta en manotazos tus palabras.

Sin estridencias

Rajoy descansará mañana. Y yo creo, por lo poco que le conozco, que descansará de verdad. Por no disimular, no se ha molestado ni en que no notáramos lo que llegan a asquearle este tipo de campañas. Si gana y puede continuar siendo presidente, será más enérgico en la implantación de las profundas reformas que España continúa necesitando, entre otras cosas porque somos un país mucho más entero y recuperado que en 2011, y tenemos talento y fuerza para asumir nuevos retos. Si pierde, se irá tranquilamente a su casa, sin hacer ningún ruido, sin hacerse para nada el incomprendido, ni el ofendido, y sin reclamar nada.

Porque así es Rajoy, sin estridencias, sin egocentrismos estériles, sin circo. Y con una vida por delante, y un mundo familiar y afectivo, que le gusta y le interesa igual o más que ser presidente; y que desde luego le permitirá ver el fútbol y el Tour mucho más tranquilo.

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