Hillary Clnton y Donald Trump, durante sus campañas de primarias hAFP

La veterana Clinton frente al manipulador Trump

La demócrata, favorita y con amplia ventaja en las encuestas, puede verse sorprendida por la capacidad del magnate de manejar el ritmo de campaña

Los dos afrontan el reto de unir a su partido: los republicanos recelan de Trump; los votantes de Sanders no simpatizan con Clinton

CORRESPONSAL EN WASHINGTON Actualizado: Guardar
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¿Puede ganar Donald Trump a Hillary Clinton y convertirse en presidente de los Estados Unidos? La misma pregunta que hace no tantos meses provocaba hilaridad desata hoy en Estados Unidos un sentimiento de asunción de culpa. Los políticos, en particular republicanos pero no sólo, se responsabilizan de haber generado el fenómeno. Tras la consolidación como «presunto candidato» del primer gran populista de la América contemporánea, verdugo de 16 aspirantes en unas rotundas primarias, «The New York Times» hacía rodar esta semana una cabeza más en el particular patíbulo construido por el magnate y proclamaba la derrota del periodismo. Con más humor, el columnista de «The Washington Post» Dana Milbank relataba en un vídeo cómo se iba a comer la columna que prometió deglutir si Trump ganaba la nominación republicana.

El ejercicio está justificado. En lo que dura un embarazo, el controvertido showman ha bajado del pedestal al sinfín de periódicos, sitios web, politólogos, sociólogos… que hacen de la adivinación electoral su tarjeta de visita, en el país de las grandes campañas. Con un agravante: que la mayoría de las encuestas lo venía anunciando. Un respiro para la desprestigiada demoscopia…

Superado el primer trauma, ante el asalto de la elección presidencial más trascendental y atípica que se recuerda, no cunde el escarmiento. El mismo diario flagelador proyectaba una victoria de Hillary Clinton en noviembre por 347 votos electorales a 191. Chris Cillizza, destacado corresponsal político del Post, condenaba a Donald Trump a tener que vencer en Florida y en alguno de los estados donde «han ganado los demócratas los últimas seis comicios», lo que calificaba de «problema electoral masivo» para el magnate. Por no hablar de los reiterados estudios de prestigiosos veteranos como Nate Silver (FiveThirtyEight) o Larry J. Sabato (Universidad de Virginia), que no ven la manera de que Trump pueda voltear su concienzudamente escudriñado mapa de Estados Unidos. Es verdad que en su mejor encuesta el millonario se halla diez puntos por debajo de Clinton, en la mayor desventaja que se recuerda entre dos candidatos antes del arranque de campaña. Sin embargo, este imprevisible año electoral, capaz de enmendar el más racional de los análisis, aconseja prudencia. Si 2016 pasará a la historia por reunir el 8 de noviembre a los dos candidatos más rechazados por los norteamericanos (dos tercios a Trump y algo más de la mitad a Clinton), también es inédito por enfrentar a dos buenos conocedores de las debilidades de su rival, sometidos a exposición en una compartida vida social neoyorquina.

La confirmación oficial

Falta la confirmación oficial, que un herido establishment se resigne a proclamar a Trump en la convención de Cleveland (Ohio), del 18 al 21 de julio, y que el batallador Sanders hinque la rodilla, en el congreso demócrata de Filadelfia (Massachusetts), del 25 al 28. El atribulado proceso de primarias ha puesto delante de los futuros candidatos la asignatura de unir a sus partidos. El magnate, para que la fuga de votos conservadores sea la menor posible. El distanciamiento del speaker del Congreso y alma mater del partido, Paul Ryan, es un aviso a navegantes. La senadora, para que los votantes de Sanders terminen volviendo cuando las aguas demócratas se calmen.

Al magnate le son esquivos en intención de voto las mujeres, los latinos y los afroamericanos

Pero Clinton y Trump ya han lanzado la campaña con un primer encontronazo en clave femenina: «Si (Hillary) no fuera mujer, no tendría ni el 5% de los votos», le arrojó el millonario. Como ya hizo a modo de réplica apelando a su misoginia, la demócrata va a intentar situar al magnate ante el espejo de las mujeres que le rechazan, un 70%. No es el único grupo de población importante que da la espalda a Trump. Cuando el millonario proclamaba el jueves su repentino sentimiento de aprecio hacia los hispanos, criticado por cínico tras su agresiva campaña contra la inmigración ilegal, estaba emprendiendo su ardua tarea de rebajar la contestación de los ocho de cada diez latinos. Un voto tan importante como el de los afroamericanos, que en estas primarias han sido fieles a Clinton. Tampoco el magnate triunfa entre los jóvenes, esquivos en un 75%, aunque le queda el consuelo de que su rival demócrata apenas ha sumado a sólo uno de cada cinco en sus primarias.

Política frente antipolítica

En gran medida, Clinton y Trump representan ofertas electorales opuestas. Es la experiencia frente a la frescura de lo nuevo. La política frente a la antipolítica. Una encuesta publicada esta semana por «The Wall Street Journal» mostraba el contraste entre la preparación para ser presidenta, que otorga una ventaja a Clinton de 53 a 21 puntos, frente la cualidad de poder cambiar el rumbo del país, que coloca por delante a Trump con el 37% frente al 22%. Para analistas como Philip Wallach, de la Brookings Institution, va a ser éste uno de los grandes factores sobre los que va a mover la voluntad de los norteamericanos. La cara y la cruz. La veterana demócrata puede partir de ventaja, pero esta atípica campaña «le obligará a defender el estatus quo, lo que también implica un desgaste». Le está ocurriendo con Sanders. Cuando una parte de la sociedad está contrariada, resulta más fácil atacar que defender.

La cualidad de poder cambiar el rumbo del país coloca por delante a Trump con el 37% frente al 22% de Clinton

No es el único motivo por el que Clinton debe desconfiar. Durante las primarias republicanas, Trump ha demostrado una enorme capacidad para conectar con el americano medio manejando como pez en el agua la herramienta que mejor conoce, la televisión. Con una gran intuición y rapidez para adaptarse a los ciclos informativos, el experimentado showman ha marcado la agenda de la campaña de forma casi ininterrumpida. Aunque el economista Paul Krugman apele a combatir la desmemoria con el millonario, la elección presidencial siempre ofrece una nueva oportunidad de enmienda, una suerte de marcador a cero. La misma que ofrece a Clinton la baza de mostrar una cara más ilusionante, capaz de movilizar el previsible voto antiTrump.

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