Momento de la discusión entre Agamenón y Aquiles
Momento de la discusión entre Agamenón y Aquiles - EFE
CRÍTICA DE TEATRO

Toni Cantó, ciudadano Aquiles

El actor se aparta de los escenarios de la política para volver a los de su vocación profesional, en el Teatro Romano de Mérida

Mérida Actualizado: Guardar
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Este «Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles». El primer verso de «La Ilíada» informa del núcleo principal del gran poema homérico: la furia del rey de los mirmidones que renuncia a pelear junto a los demás aqueos en el cerco de Troya enfadado porque Agamenón, caudillo del ejército sitiador, le ha humillado al despojarle de Briseida, su esclava favorita.

Roberto Rivera recoge lo narrado por Homero para centrarse, más que en esa disputa, en el conflicto interior del héroe que, cansado tras nueve años de guerra, se interroga sobre el sinsentido de la contienda. «Aquiles, el hombre» ha titulado esta dramaturgia, estrenada el pasado miércoles en el 62º Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y que acentúa ese descrédito del héroe –como bautizó Caballero Bonald uno de sus poemarios.

Aquiles es en este montaje el ciudadano Toni Cantó, que se ha apartado por un momento de los escenarios de la política para volver a los de su vocación profesional. No podía haber elegido mejor lugar para hacerlo que el Teatro Romano de Mérida. En el magnífico Museo de Arte Romano de esta ciudad se exhibe un bello mosaico, «Los siete sabios», que recoge en una de sus partes, denominada precisamente «La cólera de Aquiles», el episodio de la restitución de Briseida.

«No podía haber elegido mejor lugar que el Teatro Romano de Mérida»

El montaje que firma José Pascual, con densidad teatral y, pese a un inicio dilatado entre brumas, con momentos de gran vibración dramática como la escena de la encendida discusión entre Aquiles y el líder de los aqueos, habla del cansancio de estos porque Troya parece invulnerable, algo que se atribuye al humor cambiante de los dioses, habla de los desastres de la guerra y de las tensiones entre Agamenón y los caudillos griegos – Ulises, Néstor, Diomedes, Ayax–, habla de cómo la muerte de su amigo Patroclo a manos de Héctor hace volver a Aquiles al combate, pero también deja entrever que, tras el honor vulnerado de la casa de los átridas por el rapto de Helena, el conflicto bélico enmascara razones políticas y comerciales.

Otro gran momento, el de los ruegos del rey troyano Príamo para que el mirmidón le permita enterrar dignamente a su hijo Héctor, pues hace que la clemencia anide en el corazón de Aquiles y, al tiempo, le haga comprender la igualdad de todos los caídos de la guerra en ese momento final y el absurdo de esas muertes.

Espléndida la escenografía de Curt Allen Wilmer, que ha cubierto con varias toneladas de polvo de mármol de Macael el escenario de extremo a extremo para crear un desolado ámbito salpicado de armas y pertrechos, y atractivos los figurines intemporales de Pier Paolo Alvaro: crema manchada en los uniformes, cascos clásicos griegos y escudos transparentes como de antidisturbios.

En el capítulo de la interpretación, sólido, seguro y comunicativo el Aquiles de Toni Cantó, que quizá se exceda un punto en algún treno trágico; estupendo el Agamenón sinuoso que encarna Miguel Hermoso y entonada la Briseida que Ruth Díaz dibuja con trazos trémulos. Les acompaña con tino el resto del reparto.

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