Una escena de «Los hermanos Karamázov»
Una escena de «Los hermanos Karamázov» - Sergio Parra
Cultura-Crítica de teatro

«Los hermanos Karamázov»: laberinto de pasiones

En versión de José Luis Collado y con dirección de Gerardo Vera, sube a escena la gran última novela del atormentado Fiódor Dostoievski

Madrid Actualizado: Guardar
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Reto mayúsculo el de trasladar al escenario la gran última novela del atormentado Fiódor Dostoievski (1821-1881), una historia de parricidio, pulsiones edípicas, culpa y redención, y más al fondo, acompasada a los vaivenes de un convulso combate entre fe, ateísmo, duda, libre albedrío y relativismo moral. José Luis Collado se ha acercado al texto con amor y cuidado para redondear una notable versión en la que ha eliminado episodios colaterales -entre ellos el formidable excurso de «El gran inquisidor», que Peter Brook llevó a escena como pieza independiente- y ajustado tiempo y lugar de diversos pasajes con el fin de conseguir un relato fluido y con continuidad cronológica.

Gerardo Vera sitúa la acción en un espacio imponente, con pocos elementos escenográficos, casi diáfano, en el que mediante paneles correderos se abren ventanales y sugieren ámbitos: la gran mansión declinante de los Karamázov, un monasterio, una sala judicial…, todos muy bien matizados por la soberbia iluminación de Gómez-Cornejo, que igual doma la violenta luz solar que mima las calidades tenebrosas.

En ese amplio recinto despliega en tres horas de función el laberinto de pasiones que incendian la historia del padre despótico y sus cuatro hijos abocada al crimen abominable. Es una crónica de crispaciones enfrentadas y Vera la aborda con intensidad tormentosa ofreciendo una sucesión de batallas en que se agitan dinero, amor, odio, sexo, despecho, misticismo y desenfreno, regidos por un determinismo sadomasoquista que condena a los hijos a purgar los pecados de los padres.

Hay, en mi opinión, demasiado ruido y mucha furia que opacan el resultado final y hacen que las interpretaciones se deslicen hacia el terreno del grito en perjuicio de los matices. Juan Echanove se gusta y recrea en los registros excesivos del patriarca feudal; en la misma dirección Fernando Gil encarna con más brío físico que hondura a Dimitri, el hermano mayor, y Marta Poveda empapa de vehemencia su Grúshenka bipolar. Lucía Quintana resuelve con oficio el papel de Katerina, que brilla sobre todo en su primera y difícil escena; entonados el Iván de Markos Marín y el Alekséi de Ferran Vilajosana, y bien ajustado el torvo servilismo con que Óscar de la Fuente perfila al bastardo Smerdiakov. Correcto el resto del reparto.

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