Roy Ferguson, en la oficina de Reuters en Madrid en 1964
Roy Ferguson, en la oficina de Reuters en Madrid en 1964

«A los periodistas extranjeros el Franquismo nos dejaba en paz»

Roy Ferguson vivió como corresponsal de Reuters en la década de 1960 desde los juicios del Tribunal de Orden Público hasta el accidente de Palomares, pasando por las protestas estudiantiles

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En la España de Franco, la verdad era un bien de estraperlo que el régimen se afanaba celosamente en mantener lejos del público. La censura era implacable con los periodistas españoles y a la audiencia solo llegaban el NO-DO e inagotables loas al benefactor Generalísimo. A veces, solo a veces, había quien sí accedía a las noticias vetadas por la censura.

Eran corresponsales extranjeros como el estadounidense Roy Ferguson, que en sus años en el servicio de Reuters en España fue testigo de muchas de las miserias que el Régimen ocultaba. Hoy tiene 81 años y no llama la atención en un paisaje madrileño repleto de jubilados como él. Es un tipo humilde, aunque con muchas cosas que contar, y se acercó esta semana a la sede de ABC, interesado en conocer la nueva realidad de ese oficio que le permitió ser testigo de la historia y que tanto ha cambiado.

«¡Qué silencio!», exclama al entrar en la redacción. En la era digital, Roy extraña el ruido constante de las máquinas de imprimir teletipos y el humo del tabaco que envolvía siempre los corrillos de plumillas. Hoy, una redacción se distingue poco de cualquier oficina convencional.

Ferguson era en 1963 un joven inquieto que buscaba desde su Boston natal su sueño de ser corresponsal. «Yo trabajaba en United Press y le pregunté a mi jefe dónde podría irme». Siguiendo sus consejos, se plantó en Madrid y golpeó la puerta de todas las agencias de noticias internacionales. Sin suerte. Hasta que en la británica Reuters, su responsable, un tipo llamado Henry Buckley, decidió hacerle una prueba. «En la entrevista quiso medir mi nivel de español. Recuerdo que me preguntó si yo leía los periódicos vespertinos. Yo no sabía lo que significaba la palabra vespertino, pero hice ver que sí y eso me abrió las puertas. Salí de allí preguntándomelo, pero con un empleo».

Así comenzaron unos años vibrantes que Roy se pasó a caballo entre la sede del Tribunal de Orden Público (TOP), en lo que hoy es el Tribunal Supremo, la Ciudad Universitaria, donde los estudiantes se enfrentaban cada vez más a menudo a la Policía, y en la redacción que Reuters compartía con la española Efe en el número 5 de la calle Ayala.

«Casi a diario acudía al TOP a cubrir juicios por delitos de asamblea ilegal». Los reporteros locales no podían informar con libertad, pero, según cuenta Roy, «a los periodistas extranjeros no nos molestaban, probablemente por los medios internacionales que nos respaldaban». Era su jefe, Buckley, quien se enteraba de los juicios que habían sido señalados. Buckley era un gran conocedor de la realidad española. Había cubierto la guerra civil en primera línea desde diversos frentes y tenía contactos al más alto nivel tanto en la jerarquía franquista como en la oposición clandestina. Amigo de egregias figuras periodísticas del siglo XX como Ernest Hemingway o Robert Cappa, Buckley había tenido más suerte que otro reportero de Reuters, Dick Sheepshanks, cuya vida segó una bala perdida en la batalla de Teruel, y se había convertido en el periodista internacional de referencia. «Una de las personas que lo visitaba con frecuencia era Víctor Olmos, que años después escribiría una historia del ABC», rememora Ferguson, que a su vera creció como profesional de la información.

De sus años en el TOP dice: «Entre los muchos juicios a los que asistí, uno destaca como el más patético, el de media docena de jornaleros andaluces que, con sus pantalones atados con cordones y sus camisas sin corbata abrochadas hasta el último botón, se mostraban aterrorizados en el banquillo. Los estoy viendo como si fuera ayer». Estos campesinos habían sido arrestados por criticar a Franco en la plaza de su pueblo y después trasladados a Madrid, donde se enfrentaban a una segura pena de cárcel». Otra estampa habitual era la de curas vascos que arropaban a sus hermanos en el sacerdocio. Muchos clérigos pasaron por el tribunal a causa de sus sermones críticos con la dictadura.

Violencia en la Universidad

Pero, sin duda, el gran foco de conflicto en el Madrid de la década de 1960 era la Universidad Complutense. «Había enfrentamientos y detenidos casi todos los días, pero nunca aparecían en la prensa española». Los cables londinenses de Reuters sí reflejaban estos acontecimientos, pero el aparato estatal aseguraba que nunca llegaran al público nacional.

Ferguson siempre percibió interés de sus jefes hacia la realidad española, pero este se desbordó el 16 de enero de 1966. Ese día Buckley y Ferguson supieron que dos aviones de la Fuerza Aérea estadounidense habían chocado en el cielo sobre la costa almeriense. Empezaba el episodio de Palomares, que tanto las autoridades españolas como las norteamericanas trataron de esconder. Pero los esfuerzos de la Guardia Civil por alejar a los reporteros de la zona no bastaron. «Un “freelance” italiano llamado Marco y otro holandés llamado Joost habían conseguido captar las imágenes de personal estadounidense con trajes de protección blancos cargando enormes objetos en camiones. Hoy se sabe que casi 2.000 militares trabajaban en limpiar y remover 1.400 toneladas de tierra contaminada por las bombas radiactivas que transportaban los aviones». Para entonces, explica Ferguson, «yo tenía que transmitir al menos tres crónicas diarias desde una oficina telefónica en la localidad de Vera y nadie creía la versión oficial de que no había riesgo para la población».

Los lugareños observan los restos de uno de los aviones accidentados en Palomares
Los lugareños observan los restos de uno de los aviones accidentados en Palomares - ARCHIVO ABC

Pocos meses después de aquello, Ferguson fue trasladado a la central de Reuters en Londres. No aguantó más que unos años. «Introdujeron unas máquinas que hacían cada vez más nuestro trabajo; me dije que eso no era periodismo y regresé a Madrid como “freelance”». Seguro que en esta época en la que internet ha transformado radicalmente el ejercicio del periodismo y devaluado la profesión, muchos redactores sienten algo parecido.

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