James Franco caracterizado como Vikar para la adaptación cinematográfica de «Zeroville»
James Franco caracterizado como Vikar para la adaptación cinematográfica de «Zeroville»
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Una novela de película

Si metiéramos en una coctelera el Hollywood de los 70, mil y una referencias al cine clásico y al vanguardista y un toque de comedia, el resultado sería (es) «Zeroville», de Steve Erickson

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Un reseñista estadounidense apuntó con ingenio y precisión que «Steve Erickson es el menos envidiable de los escritores norteamericanos contemporáneos: no se le lee en absoluto o se le lee obsesivamente por todas las razones incorrectas».

Así, para algunos, resulta fácil descartar su luz y ponerlo a la sombra de Pynchon, Ballard, DeLillo, Auster, Powers, Gibson, Lethem, Danielewski, Self y Foster Wallace (aunque todos los anteriores hayan hecho explícita su admiración por Erickson) y, de un tiempo a esta parte, Bolaño.

Otros, en cambio, son sus fans confesos y juran por él (es de lamentar que hasta ahora y en nuestro idioma tan sólo Versal, en 1990, se atreviera con «Las vueltas del reloj negro», protagonizada por el brutal pornógrafo privado de Adolf Hitler) y casi proclaman que todos los demás, a su lado, son imitadores y oportunistas.

«Un lugar bajo el sol»

Sí, tiene algo de gracia que esta «Zeroville» –octava novela de Erickson, libro para fans sobre la condición del fan– haya caído para su adaptación cinematográfica en uno de los incontables tentáculos de ese mega-ultra fan de casi todo que es James Franco. La película se estrenará a finales de 2016 y habrá que ver si funciona a la hora de arrancar a Erickson (Santa Mónica, California, 1950) de su condición «de culto» para finalmente colocarle en el sitio que se merece y le cabe: el de Steve Erickson como alguien que sólo se parece a Steve Erickson.

Por lo pronto, Franco ya se ha dejado ver y filmar rapado y tatuado en su cuero cabelludo con los rostros de Elizabeth Taylor y Montgomery Clift en ese icónico fotograma de « Un lugar bajo el sol» (dirigida por George Stevens y basada en el clásico «An American Tragedy», de Theodore Dreiser, y a la que la trama alude de forma casi subliminal) para asumir el rol del torturado renegado excalvinista y adorador del celuloide Isaac «Vikar» Jerome.

No es casualidad que las dos primeras películas que el protagonista de esta novela ve en su vida sean «Sonrisas y lágrimas» y «Blow-Up»

Vikar, según su creador, es un «inocente pero con actitudes peligrosas» a la busca de su sitio en la oscuridad. «Actuando» en breves capítulos/escenas –numerados del 1 al 227 y luego marcha atrás hasta alcanzar el 0– entre el 1969 de la familia Manson y los primeros años 80, con escalas en Madrid, donde es secuestrado y obligado a compaginar un filme erótico-subversivo para descrédito o gloria del Generalísimo, quién sabe.

En cualquier caso, Vikar se deja llevar y fluye y altera el orden natural de las cosas. Un poco como el Chance Gardiner aforista-zombi en «Desde el jardín», Vikar es un «cineautista» que trasciende la condición de cineasta. Un ser que no es, salvo para vivir de y para y por el cine, convencido de que «cada escena transcurre en todas las épocas y todas las épocas transcurren en una escena» y que nada importa menos que la continuidad narrativa lógica.

Mística tras la cámara

Así, Vikar se convierte en un montador-star-gurú admirado por las estrellas (la novela desborda de cameos y de nombres propios), enamorado de una posible hija ilegítima de Luis Buñuel, y aplaudido y abucheado en Cannes como «auteur» profético o sonámbulo. Pero Vikar jamás pierde su impulso inicial, de pícaro «dark», que tiene que ver con una actitud casi mística.

En una entrevista, Erickson aclaró que le interesaba explorar el perfil de muchos de los creadores del Nuevo Hollywood de los años 70, que, incluso, habían tenido vocaciones originales –como Paul Schrader, Martin Scorsese o Terrence Malick– que pasaban por el estudio de la filosofía o la práctica religiosa y sacerdotal. «Muchos de ellos fueron directores de cine casi por accidente. Fue entonces cuando vislumbré la figura de Vikar con total claridad en sus claroscuros y contradicciones». No es casual que las primeras películas que Vikar ve en su vida, en un mismo día, sean dos extremos irreconciliables pero a la vez complementarios: «Sonrisas y lágrimas» y «Blow-Up». El aliento de Dios y las babas del Diablo.

Tiene algo de gracia que «Zeroville» haya caído en los tentáculos de ese mega-ultra fan de casi todo que es James Franco

Condición y disyuntiva dual que se traslada un poco a «Zeroville». Esta novela (la más popular de Erickson, tal vez porque va «de cine»; aunque las pantallas y proyectores y Los Ángeles como «Terra Entrópica» son temas y máquinas y paisajes recurrentes en la ficción de este también ensayista y crítico cinematográfico y neo-cronista, hijo de fotógrafo y de actriz/gerente de cine de arte y ensayo) es la perfecta introducción a un corpus más complejo y es de celebrar su estreno en nuestro idioma.

Erickson quiso dotarla de «la energía pop y vertiginosa de un filme». Y queda claro que lo consiguió. Pero, también, esta agilidad de «Zeroville» no hace gozar con la densidad del díptico «The Sea Came In at Midnight» / «Our Ecstatic Days» o de «Arc d’X» (con su reimaginado y milenarista Thomas Jefferson & Mrs.) y no ofrece la potente imaginería personal de Erickson (como esa carrera de bicicletas por los canales secos de Venecia en «Days Between Stations»). También, digámoslo, Zeroville es algo deudora de «Flicker» (1991), cumbre del cinema-frikismo novelado del teórico contracultural Theodore Roszack.

En cuatro meses

Pero Zeroville sí produce el placer, casi de comedia loca, de contemplar a un Erickson que declaró haberla escrito en apenas cuatro meses, enredando todos sus fetiches hollywoodienses (y neoyorquinos y europeos, Godard ya desde el título) y fundiendo títulos de clásicos con hitos vanguardistas.

En una escena de «Zeroville», Vikar se dice –sin indignarse demasiado–: «Estoy en la capital mundial del cine y nadie sabe nada sobre las películas». Allí, entre parásitos que no conocen la diferencia entre Clift y Dean o Taylor y Wood, Vikar hará realidad su sueño, que es, también, su pesadilla recurrente y de la que se despertará pensando, inevitablemente, que todo eso sería un gran filme.

Por el momento –buena suerte, Mr. Franco– «Zeroville» es nada más y nada menos que una muy buena y muy divertida novela de película.

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