Caricatura de «el director de “Tristán e Isolda”, tras la primera representación» en «The Musical World» (1882)
Caricatura de «el director de “Tristán e Isolda”, tras la primera representación» en «The Musical World» (1882)
MÚSICA

El aquelarre de la crítica musical

Nicolas Slonimsky recopila en su «Repertorio de vituperios musicales» los juicios malévolos y viperinos que los críticos han emitido sobre los compositores más destacados

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¿La « Segunda sinfonía» de Beethoven? Un monstruo de mal gusto. ¿El « Carnaval romano» de Berlioz? El balbuceo de un babuino. ¿Bruckner? Un anticristo tonal. ¿Liszt? Un esnob salido del manicomio. ¿El « Concierto para piano nº 1» de Bartók? Una avalancha de estupidez, ampulosidad y palabrería. ¿« Arcana» de Varèse? Una cerdada interminable. Estas y otras muchas lindezas puede encontrar el lector en el « Repertorio de vituperios musicales» recopilado por Nicolas Slonimsky y editado ahora en castellano por Taurus.

Los juicios arriba mencionados fueron emitidos por críticos eméritos y no se pronunciaron en tertulias de bar, sino que se publicaron en periódicos y revistas de la época.

La crítica musical malévola, demoledora e incluso denigrante era moneda corriente en la prensa del siglo XIX y de la primera mitad del XX. Se admitía todo tipo de golpe bajo, como alusiones al aspecto físico del compositor o a su estado mental. La larga filípica de James Gibbons Huneker en el neoyorquino «The Sun» (año 1903) puede resumirse así: viendo la cara de Debussy, uno entiende su música. Tras escuchar « Una vida de héroe» de Strauss, Otto Floersheim se preguntaba en «Musical Courier» (1899) si era la obra de un lunático o de un imbécil.

El gato y la granja

Ordenado por compositor, el libro de Slonimsky permite establecer un ranking del vituperio. La plaza de honor le corresponde a Schoenberg, seguido por Wagner, Richard Strauss y Debussy, aunque todo músico que se precie cuenta a lo largo de estas páginas con su correspondiente cuota de insultos. Pero el padre de la dodecafonía atiza, desde luego, la vena más feroz y fantasiosa de los críticos. Sus « Cinco piezas para orquesta op. 16», por ejemplo, suscitan comentarios de lo más pintoresco: para el «Times» de Londres (1912) es como «oír un poema en tibetano»; según Felix Borowski («Chicago Record-Herald», 1913), «un gato caminando sobre el teclado de un piano produciría melodías más agradables»; el «Daily Telegraph» (1914) las compara con «una granja en plena actividad», mientras que el «Daily Advertiser» de Boston (1914) describe su música como «la caída de una bomba en un corral de aves».

La labor de Slonimsky se beneficia, hay que decirlo, de la preponderante aportación de la crítica musical estadounidense, más tradicionalista y dueña de un estilo literario menos encorsetado, pese a que el padre de la crítica musical europea, Eduard Hanslick, ya había sentado cátedra en el apartado del insulto imaginativo («En el concierto para violín de Chaikovski olemos el vodka»). El «Repertorio de vituperios musicales» puede leerse como un monumento a la falibilidad de la crítica cuando se enfrenta a músicas y autores que sobrepasan las costumbres auditivas establecidas, pero esta es la lectura más superficial.

El «fortissimista»

Si consideramos al crítico como el encargado de asentar el juicio de la posteridad corremos el riesgo de dividir a los críticos en dos categorías: aquellos que tienen razón y aquellos que no la tienen. Pero existe una zona intermedia, gris, en la que están –creo– los críticos de verdad. En esa zona, incluso el insulto y el exabrupto pueden representar un canal de acceso a lo novedoso, una paradójica forma de familiarizarse con lo desconocido. Se encuentran en este «Repertorio de vituperios musicales» fulgurantes destellos críticos que pertenecen a esta categoría. Me quedo con uno. En el «New York Times» del 11 de diciembre de 1918, el ya citado James Gibbons Huneker, escribe: «Serguei Prokofiev está considerado compositor y pianista. ¿No haríamos mejor en llamarlo “fortissimista”?».

En 1891, Philip Hale afirmaba en su reseña del « Don Juan» de Strauss para el Boston Post: «tiene poca inventiva y sus ideas musicales carecen de valor». Una nota de Slonimsky nos informa que, once años más tarde, el mismo crítico escribe en el «Boston Journal»: «“Don Juan” es una composición audaz y brillante… ¡Qué temas tan expresivos! ¡Qué audaz es el tratamiento que se les da! ¡Qué insolencia tan fascinante e irresistible!».

La Historia de la Música cambia; el crítico también. Dichoso el crítico que no duda en contradecirse a sí mismo, que no es esclavo de sus afirmaciones ni las arrastra como una segunda piel.

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