Tribuna

El Juicio de Paris: un concurso de belleza

CATEDRÁTICO DE PREHISTORIA Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Leo en la prensa que hace unos días se ha hallado un bello y elaborado mosaico en un templo del foro de la ciudad romana de Cástulo (Linares, Jaén), que ostenta en uno de sus medallones el Juicio del troyano Paris, o el momento precedente a la decisión final. Al fondo de un paisaje boscoso, las diosas Atenea, Hera y Afrodita, y en primer plano Hermes ofreciendo la manzana aurea a Paris recostado bajo un árbol. Y como el pasado siempre fluye en el presente, me propongo escribir unas líneas sobre este tema mítico que en nuestros días conocemos como concursos de belleza, pues no es otra cosa el asunto de este mito griego con sus consecuencias trágicas y de muerte. En el caso mítico, la destrucción de la ciudad de Troya; en otros recientes y reales, la destrucción de los sueños efímeros rendidos a la belleza física.

El mito del Juicio de Paris fue uno de los más populares en el arte y literatura griega y romana desde Homero. Y desde sus primeras representaciones en el arte griego del siglo VII a.de C., ha sido un tema reiterado hasta nuestros días, hasta Picasso y Dalí. Quizás se deba a que el mito se ha considerado una alegoría de la responsabilidad de la elección no sólo de la belleza externa sino de los ofrecimientos de concesiones que pueden satisfacer plenamente al ser humano, como el poder y el amor, que también trascendieron en obras filosóficas.

El asunto es conocido. Paris es el hijo menor de Príamo y Hécuba, reyes de Troya, quien, tras un sueño de su madre que se interpretó que él causaría la destrucción de Troya, fue llevado recién nacido al monte Ida, en el que sobrevivió hasta su edad juvenil, alimentado y educado por pastores. En un primer escenario, hallándose Paris apacentando los rebaños, vió ante sus ojos una comitiva de mujeres regias conducidas por el dios Hermes -el heraldo de los dioses-, tres diosas que se consideraban las más bellas. En otra secuencia del mito, aparece el de la celebración de una boda a la que estaban invitados dioses y mortales, pues la pareja era mixta, la diosa Tetis y el mortal Peleo. Pero la diosa Discordia no fue invitada y, presentándose en el banquete enfurecida, lanzó sobre la mesa una manzana aurea que llevaba escrita la frase «Para la más bella». Una frase envenenada que aludía a Hera, Atenea y Afrodita, las competidoras más hermosas. ¿Quién se atrevería a dar un veredicto?. Ni siquiera el propio Zeus, quien declinó en un juez imparcial. Fue elegido, por hallarse allí pastoreando, el joven Paris, príncipe e hijo de reyes sin saberlo, que no pudo rechazar tan gran compromiso. Comienza así su juicio, convertido en un concurso de belleza.

Paris, bajo la pesada losa de la responsabilidad sobre un juicio del que carecía de elementos ponderables para un dictamen justo, pues las tres diosas le parecían igual de hermosas, les solicita que se despojen de la ropa para contemplarlas en todo su esplendor y, no siendo suficiente esta apreciación, dialoga con ellas. Aún así está dubitativo y acongojado. Y son las diosas quienes le ofrecen una recompensa para ser elegidas, conocedoras de la debilidad humana por la posesión y dominación o de amores difíciles. Hera, esposa de Zeus, le ofrece el poder sobre toda Asia, Atenea, diosa de la guerra, la victoria en todas las batallas, mientras que Afrodita, diosa del amor, le ofrece el corazón de la mujer más hermosa de la Hélade, Helena, considerada hija de Zeus, y casada con Menelao, rey de Esparta. Los ofrecimientos son apetecibles, la dominación o el amor, la decisión, aterradora, pues Paris es consciente de que la elección de una de ellas supondría la enemistad con las otras diosas. Finalmente elige a Afrodita, se decanta por el amor, a sabiendas de que se ha granjeado la enemistad y el odio de Hera y Atenea, a cambio del amor de Helena y la protección de Afrodita.

El final lo sabemos, ora por la lectura de los textos mitologicos, ora por el cine -recordemos la película 'Troya' dirigida por Wolfgang Petersen y protagonizada por Brad Pitt, como Aquiles-, que ha llegado a un público numeroso: el rapto de Helena por Paris, la venganza y el asedio aqueo de Troya, transmitido en la 'Ilíada' de Homero, la destrucción de la ciudad, y las muertes heroicas de los jóvenes Héctor y Aquiles, consecuencias de este concurso y del rencor de la diosa Discordia que no perdonó ser humillada en esta encumbrada boda.

Se trata, pues, de la elección y proclamación de la más bella de un concurso. Están todos sus ingredientes: las diosas aspirantes a ser la primera entre las más bellas del orbe; el jurado, compuesto por Paris, como único responsable del veredicto; los criterios, basados en la contemplación de la belleza física al desnudo y breve charla con las candidatas, sin que sepamos en qué términos se desarrollaron las conversaciones; las aspirantes y sus ofertas atrayentes y humanas de compra del dictamen; y la decisión final en la que pudo más el ofrecimiento del amor de Helena, a sabiendas de las consecuencias terribles de guerra y muerte.

Un concurso antiguo y actual, porque estas condiciones esenciales no han variado en el tiempo, sólo que el jurado es más amplio y priman los intereses económicos derivados de la venta del señuelo fugaz de la belleza.

Estamos en la época del culto a la belleza visible, sin que se sepa definirla, donde se la valora más que otras cualidades invisibles. Hay concursos desde mediados del siglo XIX en Estados Unidos, pero no fue hasta 1921 cuando se instituyó en sus líneas fundamentales. Y se ha popularizado desde mediados de los cincuenta. El criterio principal es el de la belleza carnal, adornado, como toque intelectual prescindible, con la belleza de la inteligencia. Y tanto han prosperado que los hay de miss de todo - mundo, universo, internacional, intercontinental y las misses de cada país. En el género masculino, el de mister universo-.

Incluso en internet se vota a las «diosas de la belleza». De ello viven muchos. Lo peor y negativo es el sofisma que se ha creado, reclamando al consumo de lo que pueda embellecer, que en un porcentaje elevado resulta inalcanzable, arrastrando a la frustración, al ridículo o al sillón del psiquiatra, e incluso a la destrucción. Me recuerda el final trágico del mito griego.