EMPORIO DEL ORBE

OTRA BAHÍA

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El martes de nuevo el fantasma del paro se hizo más presente, si cabe, con el corte del puente Carranza, y nos devolvía a paisajes que confiábamos haber enterrado para siempre. Cuando se crece con una abuela que te repite insistentemente que ningún dolor te debe ser ajeno resulta difícil, si no imposible, no intentar imaginar los dramas que conlleva la enésima pérdida de empleo. En el tiempo de espera pude leer pancartas que exigían trabajo y que denunciaban la opacidad de la empresa, y del Gobierno, al respecto. Como les decía en este tiempo, intenté solidarizarme con todos y cada uno de los trabajadores allí representados, con sus familias, y he de reconocer que la punzada en el estómago duró mucho más que el corte del tráfico. Cuando llegué casi una hora tarde a mi reunión de trabajo intenté explicar, a los que casi se iban, la situación y sin entrar en dramatismos, que para eso ya tenemos a muchos comparsistas, busqué torpemente la complicidad que no encontré. No eran grandes corporaciones las que me esperaban, muy al contrario, eran emprendedores y emprendedoras, pequeños empresarios en definitiva, que sobreponiéndose día a día a esos tópicos que tanto nos lastran siguen apostando por el conocimiento y por la innovación desde Cádiz. Se dudaba de la efectividad de cortar el puente y no emprender acciones donde se toman las decisiones, más aún a sabiendas de estar como estamos cada vez más alejados de los centros de poder de las grandes empresas. Resulta evidente que la desesperación hace olvidar que la solidaridad pasa por ponerse en la piel del otro, y que la angustia dificulta el entender y defender que si otra Bahía es posible es gracias al trabajo y al respeto de todos y todas, aunque no seamos Navantia.