Ambiente de fiesta durante un carrusel de coros el pasado carnaval. :: ÓSCAR CHAMORRO
LA HOJA ROJA

NO ES MÁS QUE PLACEBO

Ahora es el momento de empezar con la medicación, el analgésico necesario para que la risa nos llegue antes que el llanto

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Dicen los que saben de estas cosas que el placebo es una sustancia farmacológicamente inerte que se utiliza como mecanismo de control en la investigación clínica y que sirve, fundamentalmente, para comprobar la eficacia de los medicamentos sobre determinadas patologías. En ese mismo sentido, el placebo es capaz de causar un efecto positivo en ciertos enfermos si éstos creen o suponen que la sustancia ingerida puede provocar la curación de sus males. Total, que el placebo no es más que la píldora de la sugestión capaz de poner en marcha el mecanismo de la dopamina -algo así como la molécula de la felicidad- y de conseguir que el individuo olvide por momentos sus dolencias. Un trampantojo de la enfermedad, algo así como lo que hacía el senador Onésimo Sánchez en el cuento de García Márquez, cuando se tomaba las píldoras analgésicas antes de la hora prevista «de modo que el alivio le llegara primero que el dolor».

El placebo, como terapia sustitutiva, se utiliza como ya estará usted imaginando, no sólo en los laboratorios médicos sino en la política, en la economía y hasta en la comunidad de vecinos de su bloque, porque no hay nada como un clavo ardiendo para saber cuál es el sol que más calienta. El Ministro de Fomento llegó, vio la estación del AVE -¿de qué AVE?- y se fue convencido de que en una hora estaremos en Sevilla y en tres horas y media en Madrid, pero sin decir si el tren de alta velocidad estaría listo en el 2012 -la de dopamina que vamos a necesitar para entonces- y sin dar una fecha concreta para el puente. Sólo nos largó una dosis de placebo «el 2012 será un año histórico para las comunicaciones de la Bahía de Cádiz». Luego, habrá que ver dónde y cómo se establecen las paradas de ese AVE, porque conociendo como conocemos el paño, si nos ponemos pejigueras, llegamos antes a Sevilla en autobús. En fin. De momento, una pildorita para ir haciendo el cuerpo. La otra píldora nos la recetó Zapatero que ahora dice que podremos jubilarnos a los sesenta y cinco años si tenemos treinta y ocho y medio cotizados, una píldora bien dorada que sin embargo, no podrán tragar más que aquellos que empezaron a cotizar antes de cumplir los treinta. Pero bueno, ya lo decía Mary Poppins «si hay un poco de azúcar, esa píldora que os dan, satisfechos tomareis».

Y de esto, del edulcorante efecto placebo, sabemos tanto en Cádiz porque la historia nos ha ido dejando una marca genética durante tres mil años y porque llevamos toda la vida poniéndole parches a un grano que no acaba de reventarse nunca. Así que no lo llamemos conformismo ni desidia, ni indolencia, es el efecto placebo que nos ayuda a liberar dopamina para ir capeando el temporal. Ahora es el momento de empezar con la medicación, el analgésico necesario para que la risa nos llegue antes que el llanto. Ahora, ya lo saben, es el tiempo en el que hacemos eso que los cursis llaman un «kit kat» en nuestras miserias, en nuestra ruina, en nuestra desgracia, ahora empieza el carnaval. Nuestro efecto placebo.

Un carnaval que a fuerza de ir encorsetándose con absurdas normas -quien entienda el reglamento del COAC, que lo explique, por favor- y de ir oficializándose como la terapia habitual para los pacientes crónicos, se ha convertido en un genérico que lo mismo podría tomarse aquí que en Pekín -ojo, que el dragón chino se está despertando- y que ya no tiene nada que ver con aquello que llamaban el periodismo cantado de nuestra ciudad ni con la ironía ni con el desparpajo de un pueblo que canta y así sus males espanta. No. El Carnaval ya es otra cosa. No sé si mejor o peor, porque en el fondo me da igual. Pero sigue ejerciendo en nosotros ese poderoso influjo que nos lleva a hacer un paréntesis temporal en el que dejan de tener importancia los cañones de Canalejas, los restos del hospital de la Segunda Aguada, la lista del PSOE, la ley antitabaco y hasta los índices del paro.

De aquí a dos meses -día más o día menos- no hablaremos más que de kilos de ostiones -y sus virtuosas propiedades cosméticas-, de erizos, de aquel tango, de aquella presentación, de aquel tipo, de aquel popurrí, del jurado, de las colas para las entradas del Falla, de los cajonazos, de algún pelotazo que se pudiera escapar de lo oficialmente ya establecido, del pregón, de la cabalgata magna -me puede, lo del magna-, de la carpa, del dios Momo. anestesiados. Y está bien. Que no se pierda la costumbre, que ya vendrán tiempos peores. Tiempos de lamentarnos y de revelarnos, tiempos de análisis y de debates, tiempos de protesta y de elecciones. Definitivamente, es necesario este placebo tanto como lo es inocular el virus en los más pequeños con lo del Carnaval en la Escuela. Así, cuando llegue el PISA con sus informes, podremos decirle lo que Antonio González -director de la empresa encargada del programa escolar- afirmaba hace unos meses «seguro que en el futuro los alumnos se acordarán y se les quedará grabado que aprendieron a cantar los Duros Antiguos o El Vaporcito en estas clases». Evidentemente, con esto, no hace falta más.

A grandes males, grandes remedios, aunque no sean más que placebo.