Opinion

¿Pareja de hecho o matrimonio atípico?

Cameron y Clegg hablan de poner los intereses del Reino Unido por encima de los de sus partidos, pero ambos comparten una misma ambición: ganar las próximas elecciones

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Era la boda menos esperada. En la pequeña rosaleda detrás del número 10 de Downing Street, el nuevo primer ministro británico, David Cameron, saludaba a su nueva pareja política: Nick Clegg y su partido Liberal Demócrata. Por primera vez en décadas, los británicos tendrán un Gobierno de coalición. Hay que retornar a la II Guerra Mundial para encontrar una situación semejante. El ciudadanos está acostumbrado a la bronca política y el rifirrafe en el Parlamento, pero entre dos partidos; ahora tendrá que acostumbrarse a una convivencia extraña. Un periodista recordó a Cameron una entrevista que concedió hace unas semanas en la que se le preguntó cual era su chiste favorito. El líder 'tory' contestó: «Nick Clegg». ¿De verdad, dijiste eso?, le interpeló Clegg a Cameron. «Pues, me temo que sí», le contestó el nuevo primer ministro. Ambos dirigentes y todos los periodistas en la rosaleda rieron a carcajadas, pero queda por ver cuánto tiempo durará este buen ambiente.

Es cierto que hay buena química entre los dos líderes. Ambos son elocuentes, cuarentones de familias de clase media y están educados en los colegios más privilegiados del país. Pero las preguntas clave son: ¿Cúanto puede durar? ¿Es el principio de una nueva etapa en la vida política británica o la alianza va a disolverse en unos meses? Los riesgos y oportunidades son altos para los dos. Uno y otro hablan de poner los intereses nacionales por encima de su partido, pero comparten una misma ambición: los dos quieren ganar las próximas elecciones. La coalición tendrá que tomar unas decisiones muy impopulares y existirá la gran tentación de echarse la culpa uno al otro, con efectos destructivos. Los diputados tendrán que demostrar una disciplina de hierro y defender las decisiones difíciles en sus distritos electorales. Los líderes de los dos partidos pueden pactar lo que quieran, pero es el Parlamento el que tiene que aprobar las medidas en Westminster y los diputados -con fama de ser muy independientes- tendrán que 'venderlas' fuera. En concreto, hay tres asuntos, las tres 'E', que pueden provocar problemas: la Economía, Europa y la reforma Electoral.

Durante la campaña electoral todos los partidos estaban de acuerdo sobre la necesidad de reducir el déficit fiscal. Pero ninguno se atrevió a detallar sus planes. Pues ya ha llegado el momento de las decisiones. Y cuando los efectos de los recortes en el gasto público se hagan sentir será la prueba de fuego para la fortaleza de la coalición.

Sobre Europa hay diferencias importantes y fundamentales. En la Cámara de Comunes no hay ningún partido más europeísta que los Liberal-Demócratas y, como es bien sabido, ninguno más euroescéptico que el partido 'tory'. Clegg, de madre holandesa y casado con una española, personifica su grupo. Por su parte, Cameron ordenó hace unos meses a sus europarlamentarios que se retiraran del Grupo Popular (que incluye a representantes del PP español y de la CDU alemana, entre otros) en Bruselas para formar un grupo propio con unos nacionalistas y xenófobos de Europa central.

Tampoco hay acuerdo sobre la reforma electoral, tan deseaba por los liberal-demócratas. El mismo Clegg ha asumido este dossier en el Gobierno, y con él carga con la tarea más complicada. El Ejecutivo saliente del partido laborista llevaba 13 años intentando hacer cambios en el sistema político y con un éxito bastante limitado. La oposición de diputados de la izquierda y la derecha en la Cámara de Comunes y en la de los Lores ha impedido adoptar reformas profundas. Hay un principio de acuerdo general en que el sistema actual necesita cambios, pero muchas discrepancias sobre esas modificaciones. Si Clegg no consigue algo más que una reforma simbólica, muchos militantes de su partido se preguntarán sobre el sentido y utilidad de participar en la coalición.

El otro elemento importante en este escenario será el futuro del Partido Laborista. Después de 13 años en el Gobierno, el laborismo está erosionado y sin fuelle. Los de 2010 han sido casi los peores resultados para el partido desde la I Guerra Mundial. Sin embargo, la formación no ha sido borrada del mapa, como se temía el año pasado. Gordon Brown se ha ido y es el momento para que el partido se renueve. Para esta renovación, los laboristas van a necesitar una estrategia muy coherente frente al nuevo Ejecutivo: ¿Apoyarán a la coalición en estos momentos de emergencia o se optará por la crítica permanente a la labor del primer ministro?

La respuesta a este dilema puede determinar qué clase de líder desean tener ahora. Con la primera opción hace falta un político con talla de estadista, un primer ministro a la espera de su momento, mientras la segunda exige algo más radical, un líder con una fuerte capacidad de crítica. Si no aciertan en su respuesta, los laboristas pueden quedarse al margen del panorama político y seguir siendo las damas de honor de la nueva pareja durante unos cuantos años más.