Opinion

Una vida ejemplar

ARQUITECTO Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Que difícil resulta ser conscientes de quiénes somos y dónde estamos. Hace dos semanas tuve la ocasión de vivir en primera persona uno de los capítulos más amargos de mi vida: el accidente aéreo de los cuatro militares españoles en Haití. Desde aquí dedico mi recuerdo para Luis Fernando, Francisco, Manuel y Eusebio. Pero permítanme que centre este artículo en Manuel Dormido. Mi único objetivo es hacerles llegar el testimonio de una vida llevada de manera ejemplar, que nos debe servir como modelo para dar nuestros pasos a lo largo de esta vida.

Generalmente, cuando alguien muere es fácil decir lo maravillosa persona que era. Sin embargo, en este caso se puede afirmar que así era. Manuel se mostraba a todo el mundo como era: afable, generoso y sobre todo entregado a los demás. Se me vienen a la cabeza todos los momentos en que junto con todo nuestro grupo de amigos pasamos como una «gran familia», disfrutando de barbacoas en la Base de Rota, jornadas en la playa, etc. Manuel parecía ser el padre de todos nuestros hijos, con ellos jugaba sin parar y les dedicaba mucho tiempo. Se trataba de una persona que había aprendido a disfrutar con el día a día y con las circunstancias que rodeaban a ese día. Su rutina consistía en realizar su trabajo (servir a nuestro país) por las mañanas, y por las tardes, como buen padre, no faltaba a la cita de recoger del colegio a su hija Carlota, por la cual sentía adoración. En cuanto tenía la posibilidad, se escapaba para dedicarse a sus dos pasiones: el surf y el golf. Muchas veces le decíamos que se trataba de un vividor, bendito vividor. ¡Qué envidia sana sentíamos algunos!

Me parece importante destacar dentro de su vida lo enamorado que estaba de su profesión. Como anécdota, contaré que cada vez que sabía que tenía un vuelo fuera de su horario habitual de trabajo, antes de salir, se ponía un vídeo de despegues, aterrizajes y maniobras de helicópteros de la US Navy con una canción heavy de fondo. Según decía, ver ese vídeo le motivaba y revolucionaba, de tal forma que el vuelo que iba a emprender parecía el último. Según pasan los días, tengo la sensación de que Manuel era una persona que supo manejar la vida con una gran maestría, como el torero cargado de valor que se encierra con seis toros en una plaza repleta hasta la bandera, que en el fondo quiere demostrar su valor, pero por dentro está verdaderamente asustado. Él quiso demostrarle al Señor su valor, el de acercarse a Él, a pesar de sentir cierto temor. No le importó el qué dirán, y en estos últimos años experimentó una revolución espiritual de tal calibre que le ha llevado a alcanzar la meta final, el Cielo, mucho antes que los demás. Es cierto que los seres humanos no somos irracionales y nos cuesta entender el porqué de una situación en la que una persona como Manuel deja en este mundo a una mujer y a una hija tan pronto con toda una vida por delante para disfrutar como una familia feliz. No hay que preguntarse el porqué, nunca lo sabremos. Pero sí que se puede concluir que el Señor te pide en esta vida conforme a lo que has recibido. Si has recibido oro, tú no puedes entregar hojalata. Manuel supo transformar todo lo que ha recibido a lo largo de su vida en oro, o lo que es lo mismo, se entregó al cien por cien y lo entregó todo.

El ejemplo de la vida de Manuel nos debe ayudar a reflexionar sobre cuál es nuestra posición en la vida: ¿somos conformistas?, ¿tenemos ganas de luchar día a día por ser mejores?, ¿cuál es la meta final que queremos alcanzar y cuáles son los medios que estamos poniendo? No hace falta encerrarse en un convento de clausura para alcanzar la meta, simplemente basta con disfrutar de las cosas del día a día y hacerlas y afrontarlas con la mayor rectitud de intención posible. Manuel era un luchador que buscaba su meta con ahínco, disfrutando y viviendo las circunstancias de su vida como si se tratase del último día. Es una pena no haber sido conscientes de que hemos tenido a nuestro lado a un santo insertado en la sociedad como uno más. Pensemos en que la vida es efímera y tarde o temprano se termina, por ello, debemos estar preparados por si el Señor llama a nuestra puerta, llevando siempre la cabeza alta y con el agradecimiento y orgullo de esta maravillosa vida que nos ha sido regalada. Manuel, gracias por el ejemplo que nos has dado, tenemos mucho que aprender de tu forma de vivir.