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MILAGRO, MILAGRO

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Confía el Gobierno español, que cuenta con la desconfianza de casi todos los españoles, en rebajar el déficit en unos 15.000 millones durante el año que viene. Es sin duda un cálculo optimista, pero más optimistas somos los que seguimos creyendo que los años vendrán, uno detrás de otro, por lo menos hasta que «el tiempo acabe en nuestros brazos», incluso para los que están involuntariamente en huelga de brazos caídos.

No ignoro que es de pésimo gusto hablar de dinero, pero quizá es peor referirse a su ausencia. No está bien criticar a quienes no están delante y el dinero es un prófugo. ¿Cómo reunir al suficiente número de cimarrones para formar un ejército en 48 horas? Esa es la pretensión de nuestro presidente, cuya duración en el cargo únicamente desean dos grupos: los que aspiran a ocupar esos cargos y los que temen que sean ocupados por gentes todavía peor dotada para la sublime tarea de arbitrar nuestra dificilísima convivencia.

Esperar el milagro, esa es nuestra solución. Tiene la ventaja de que ejercita la paciencia, ya que nunca ocurren, a pesar de lo que decía Chesterton, que estaba convencido de que lo más curioso de los milagros es que sucedan. No se dan en economía, ya que los expertos no son ingenuas pastorcillas, sino asesores del dueño del rebaño humano al que conducen por las trochas más convenientes.

Muchas veces nos hemos preguntado algunas personas corrientes y vulgares por qué la Santísima Virgen se le aparece siempre, salvo a algunos farsantes, a determinados personajes anónimos y ágrafos. Lo verdaderamente milagroso sería que compareciera, aunque de ma divinos son inescrutables, pero en los humanos se siguen haciendo encuestas.