Opinion

Matar al artista

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Dije en cierta ocasión que escribir un libro era como entrar en mi propia casa y robarme a mí mismo, desvalijar mis más preciados tesoros y de camino dejar por y para siempre las ventanas abiertas de mis pensamientos. Una terapia, ésta la de escribir, tan bella como condenada, pues sé y siento cómo a veces uno es prisionero de las palabras y ellas mismas se escriben para liberarse. Termina uno siendo más de ellas que ellas de uno.

Lo más hermoso y fundamental de cualquier faceta artística es el proceso de creación, cuando uno aún siente que la obra es íntima y la sientes tan desamparada que hasta la mimas y cuidas; le das énfasis hasta en el más mínimo detalle. pues sabes que pronto dejará de ser sólo tuya para ser de todos o, al menos, de todo aquel que la quiera poseer. Entonces la obra se hace cuerpo y espíritu para vivir a su aire y a su ritmo propio, ajena ya a tu voluntad y a tu deseo.

Sería una osadía pensar que esa obra pertenece sólo a ti, pues bien sabes que eres tú el que perteneces a ella y que ella es ahora ese potro salvaje e indomable que jamás volverá. Lo maravilloso es que uno termina amando ese rechazo, ¡que nunca es traición!, sino fidelidad a un instinto básico y rebelde. Pues, qué es el arte sino un grito de rebeldía y un canto a la libertad.

Una negación a cualquier obediencia y una mirada apasionada y profunda dispuesta a pecar con el deseo. Sin religión impuesta más que la propia, y sin más lealtad que la de la propia resurrección, matar al deber y resucitar al instinto de la naturaleza. Ser sólo de uno para llegar a todos.

De hecho, se debe castigar a todo aquel que se sienta artista. ¡Matar al artista! Y más al que se lo crea. Que agonicen músicos, bailarines, pintores y toreros. Se precisa abandonarse para, desde el abandono, olvidarse del artista. Sólo entonces el que crea es creador. La cultura actual necesitaría matar a los artistas y salvar sólo a los creadores.