Ciudadanos

«A los inspectores de trabajo les pido que no me hablen de retirarme»

Millán Nuñez Propietario de la Venta Millán

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Sólo con levantar la mano ya sé lo que desea el cliente». Millán Nuñez lleva toda la vida de cara al público. Ni las canas, ni los pocos achaques que acumula a sus 75 años hacen que se olvide de la bandeja. Atiende en el restaurante portuense que lleva su nombre y sigue acumulando kilómetros entre Sanlúcar, Rota, Chipiona y Huelva comprando el género, «allí hay cosa buena».

Podría haber colgado el mandil hace más de una década, pero el negocio es suyo y disfruta de lo que hace. La vocación siempre le ganó terreno a la obligación. Los inspectores de trabajo son los que más le insisten: «¿Y usted cuándo se jubila?». El hostelero siempre tiene guardada la misma respuesta: «Mire, señorita, pídame todos los papeles que quiera, pero no me hable de la jubilación».

La voluntad es tozuda y Millán estampa el bogavante con el que publicita su local hasta en la corbata. El negocio no fue heredado, ni resultado de un golpe de suerte, empezó como un pequeño puesto que tenía éxito entre los obreros de la Base de Rota, que estaba entonces entre andamios. Y con los ahorros de aquel negocio fue levantando el restaurante, especializado en marisco y pescado frito.

De aquello hace ya más de cincuenta años. Los primeros años compartía clientela con Maximino y Guadalete, hoy ya casi olvidados. Pero el boom turístico de los noventa y la expansión urbanística acelerada por la oportunidad del ladrillo fácil poblaron la ciudad de locales. Ahora toca menos para repartir.

¿Y no pensó nunca en ampliar el negocio? «No están los tiempos para ampliaciones. He criado a ocho hijos y para eso ya se necesita mucho». A pesar de los cambios, Millán mantiene la misma calidad y se niega a pasarle el testigo a sus hijos. De ellos, sólo uno sigue los pasos familiares, pero es el padre el que regenta.

¿Y usted no descansa? Nunca. Sólo hemos cerrado por cuestión de fallecimiento. «El secreto -cuenta- es querer mucho lo que uno hace y contar con una compañera excepcional». María, con 73 años, sigue al frente de la cocina. Nadie hace el arroz marinero como ella, aunque el propietario también se pone el delantal cuando aprieta el trabajo.