MUERE EL PARRICIDA DE UBRIQUE

El parricida de Ubrique, el hombre que no se inmutó ante las fotos de sus hijos apuñalados por él

Juan Márquez Fabero ha muerto en la prisión de Huelva, donde cumplía la condena de 40 años por haber acabado «de forma salvaje» con la vida de Laura y Juan Pablo

El condenado Juan Márquez Fabero, durante el juicio en la Audiencia. Antonio Márquez

María Almagro

No hizo ni un solo gesto. Es más. Desde el banquillo de los acusados miraba el monitor atentamente donde se mostraban las fotos de sus hijos destrozados a puñaladas de forma fija, sin un solo amago de dolor, sin retirar la vista un solo instante. Juan Márquez, el parricida de Ubrique, condenado con sentencia firme por haber sesgado con una brutalidad extrema la vida de dos chicos, de 19 y 17 años, no pestañeó cuando los forenses el día del juicio explicaban una a una las 42 puñaladas que él les había asestado aquella fatídica madrugada del 6 de octubre de 2014. Veía esas imágenes llenas de lo más aberrante y ni siquiera bajó la cabeza.

Cinco años y medio después y tras ser condenado por todo aquello tras quedar demostrada su única culpabilidad en este terrible crimen a cuarenta años de prisión, Juan Márquez fallecía este lunes de forma repentina en la cárcel de Huelva donde permanecía cumpliendo su pena. Al parecer, según fuentes consultadas, su muerte se ha podido deber a un fallo cardíaco. Ya había sufrido con anterioridad un ictus.

Márquez Fabero comenzó a cumplir su condena en El Puerto pero fue trasladado al centro penitenciario onubense por petición propia. Tenía miedo que otros presos pudieran agredirle y se decidió entonces que era mejor cambiarlo de cárcel. Y allí le ha sobrevenido la muerte, la que buscó y encontró para sus dos vástagos armado con un cuchillo de matanza.

«De forma fría»

Como reproducía la sentencia que le privó de libertad, aquella noche cerrada de 2014 acabó con el presente y futuro de estos dos niños «de forma fría». Se levantó de la cama en la madrugada, se quitó el pijama, se vistió y cogió el arma que tenía guardado en su dormitorio y usaba como matarife. Aprovechando que dormían, se dirigió a la habitación de su hija Laura, 19 años, y allí empezó a apuñalarla. Luego siguió con Juan Pablo, 17, que se despertó al escuchar a su hermana gritar. Les dio más de 40 cuchillazos. Murieron desangrados. Él, antes de darse a la fuga y que la Guardia Civil lo atrapara en el campo, cuando sus hijos agonizaban, cerró la puerta de la casa con pestillo. No les permitió tener escapatoria.

Sin embargo, durante el juicio y antes (llegó a dar hasta tres versiones de lo ocurrido) se enfrascó en mentiras. Sostuvo incluso que los niños se habían matado entre ellos. «Me quieren condenar a la fuerza», afirmó en su última palabra ante el tribunal de la Sección Octava. La familia de los chicos no daban crédito a que pudiera incluso decir algo así, «¡les ha quitado la vida, que no les quite su dignidad!», clamaban entre lágrimas. Pero, todas las pruebas le incriminaron . El ADN, unas grabaciones que hizo la propia chica con claras amenazas, la coincidencia del arma con las múltiples lesiones que originó...

Además la relación de los dos hermanos era excelente. Así lo confirmaron todos familiares y amigos que testificaron. Es más. Laura se volvió de Sevilla donde intentaba por sus propios medios seguir estudiando para cuidar de Juan Pablo porque el padre los tenía desatendidos. El niño incluso tenía índices de desnutrición. «El acusado estaba enfadado con sus hijos porque no aceptaban su nueva relación sentimental y porque no veían bien el reparto de la herencia materna que les proponía», refirió la sentencia.

Tras la muerte por cáncer de la madre de los niños, Márquez Fabero había iniciado una relación «obsesiva» con una joven a la que colmaba de caprichos (incluída una operación estética y un alquiler). Y Laura, harta de ver vacía la nevera y sin poder buscarse un futuro para ella y su hermano pequeño, se enfrentó a su padre. Y como no atendía a nada ni a nadie fue a Asuntos Sociales a que les ayudaran. Juan Márquez se enteró y pocas horas antes de una cita concertada con la asistente cumplió su plan.

Durante la vista que duró varios días en la Audiencia Provincial de Cádiz con sede en Jerez, el parricida solo mostró algún sentimiento o gesto en dos ocasiones. Cuando vio a su madre y a su hermana entrando en la sala a declarar. Ellas no le miraron entonces ni a la cara. Y en su turno de última palabra, cuando entre balbuceos, suplicó al tribunal que lo creyera. Que dieran por buena la peor y más cruel de sus mentiras.

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