opinión

Naama

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En ‘hassania’, lengua bereber de raíz dialectal sahariana, ‘naama’ significa avestruz. Yo nunca avisté avestruces en el Sahara, pero como quiera que esta lengua la hablan también los tuaregs que habitan en Argelia, Libia, Níger y Mali, donde sí triscan los avestruces, esta será la razón por la que los fabricantes chinos de viscosilla eligieron al bamboleante avestruz como marca para este producto. Este tejido artificial, parecido al ‘rayon’, lo utilizan los ‘tuaregs’ para confeccionarse sus monumentales turbantes, siempre de color azul noche, exigiendo tozudamente la marca ‘Naama’, con su visible avestruz atlético en la etiqueta azulada de los paquetazos en los que se importa de China, por ser la que más destiñe y la que por ello mejor les pigmenta la piel con su intenso azul. No se conocen a los ‘tuaregs’ como ‘hombres azules’ por casualidad. Su piel cobriza poco a poco se convierte en azul profundo orlando su mirada de nocturnos hechizos. Si la viscosilla no destiñe, no es viscosilla y sobre todo no es ‘Naama’.

A los italianos, emperadores de la dramaturgia, les costó trabajo aceptar durante las fantasmagóricas guerras de la Tripolitania y la Cirenaica libia, que sus ‘meharistas’ utilizaran turbantes que destiñeran. No entendían las exigencias estéticas de estos dromedaristas aristócratas tan respetuosos con los ritos y las tradiciones seculares de la Berbería aguda. Habilidosos gestores de las privaciones, de los silencios, soledades e inmensidades paisajistas, son sin embargo rigurosos y exigentes, hasta extremos obtusos, con la marca de la viscosilla, la calidad del té negro, únicamente chino y únicamente cosecha ‘43/71’, y con las obediencias y pleitesías intertribales. Todas las demás pautas y exigencias son lasas y maleables, amables y relajadas; educadas.

Los no habituados a estos comportamientos de estricta moralidad, de tan profunda historicidad tradicional, no saben paladear la untuosa ofrenda de un oportuno dátil entre chascarrillo y chascarrillo, entre historia e historia, recostados sobre litúrgicas alfombras bajo las ‘haimas’, auténticas joyas de la arquitectura efímera y monumentos de la hospitalidad. Hemos perdido los dones y dotes propios de la educación clásica, aquellos atribuibles al alto y sostenible desarrollo, pues nos urgía modernizarnos. Nos urgía aproximarnos a la ensoñación de ser ricos de honestidad y modales rudimentarios. Aficionados al oropel.