Opinion

El turbio aniversario de Obama

Cunde la sensación de que, por muy bienintencionado que sea el presidente de EE UU, sus políticas simplemente no funcionan y sus prioridades no son las de la gente

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No fue el aniversario que había imaginado ni en el peor de los escenarios. Para los estrategas del presidente Barack Obama, la pérdida del escaño de Massachusetts en el Senado ha sido una pesadilla que ha confirmado un creciente temor: el hombre elegido bajo el '¡sí, podemos!' ha visto cómo se cambiaba el lema por un ¡no podemos! en uno de los feudos del Partido Demócrata. La debacle de Massachusetts entraña para el equipo de Obama dificultades tanto en el largo como en el corto plazo. La complicación más inmediata ha sido la pérdida de su mayoría blindada en el Senado.

Con 59 de los 100 escaños, todavía tiene una preeminencia clara. Pero ya no se trata de una mayoría capaz de evitar que los republicanos recurran a la estrategia del 'filibusterismo', una técnica que permite al principal partido de la oposición prolongar un debate sin límite de tiempo para que no se produzca conclusión alguna. De hecho, aunque los republicanos sigan en minoría, les basta con que el debate no llegue a consumarse. La táctica del 'filibusterismo' tiene una larga tradición en la cultura legislativa de EE UU. En los años 50 y 60, los demócratas del Sur lo usaban para evitar que entrasen en vigor las propuestas destinadas a mejorar los derechos civiles. El ejemplo más famoso fue un discurso del senador de Carolina del Sur, Strom Thurston, que defendió con pasión la vida sureña, incluida la segregación racial. Habló durante más de 24 horas sin parar, en una intervención en la que tuvo también su lugar una descripción detallada de la receta del pollo frito a la sureña. Ahora, con sus 41 escaños, los republicanos pueden bloquear las propuestas de la Casa Blanca y atascar el programa legislativo, incluida la muy anunciada reforma del sistema de sanidad.

El problema a largo plazo es que Obama está perdiendo su brillo y tiene que encontrar -y rápido- una respuesta. Durante su primer año en el cargo, el desgaste en la popularidad del presidente ha sido mayor que la de cualquier otro mandatario en la historia de EE UU. Es verdad que este fuerte retroceso se debe, en parte, al contraste con el extraordinario apoyo de un 70% de la población con el que contaba hace un año. Según las últimas encuestas, ya ha caído a algo menos del 50%. Y el resultado de Massachussets no fue una excepción. En los últimos meses, los demócratas han sido derrotados en las carreras para gobernador en Virginia y New Jersey. Cunde la sensación de que, por muy bienintencionado que sea el presidente, sus políticas simplemente no funcionan y sus prioridades no son las de la gente.

La más importante de todas es la economía. A pesar de su éxito en convencer a un Congreso muy escéptico para que aprobase un paquete fiscal de unos 800.000 millones de dólares, hay alrededor de siete millones de estadounidenses en paro, un 10% de la población activa. Es obvio que sin ayudas las cosas habrían sido peores, con más quiebras y más paro. Pero la gente no da las gracias a los políticos por las cosas que no ocurren. Quiere resultados y los quiere ya. Predomina la impresión de que Obama ha gastado demasiada energía y capital político en la reforma del sistema de sanidad, ignorando que la prioridad para muchos de sus conciudadanos es la situación económica.

¿Qué puede hacer Obama para recobrar impulso? El presidente ha aprovechado su discurso sobre el Estado de la Nación para darnos algunas señales. Ha reorientado su agenda en un intento de demostrar una mejor sintonía con la mayoría de los ciudadanos, dando detalles sobre un plan para crear un millón de puestos de trabajo, su objetivo primordial para este año. También ha adoptado un tono más populista. En esa línea se enmarca su respuesta a la derrota en Massachussets con el anuncio de una profunda reforma del sistema financiero. Al igual que las opiniones públicas de otros países, los estadounidenses están muy indignados con las entidades financieras, sobre todo cuando se enteran de sus suculentos beneficios. Quieren que el Gobierno sea más duro con los banqueros. De ahí que Obama haya prometido más impuestos y más regulación para las entidades financieras. Y es probable que vaya más allá. Hay un 'lobby' dentro del Congreso y del Partido Demócrata que es muy escéptico con la idea de que el libre comercio es siempre beneficioso para sus votantes. En concreto, acusan el Gobierno chino de manipular su divisa con la intención de influir en los precios de sus exportaciones y reducir las importaciones de EE UU. Mientras, el paro seguirá aumentando la presión sobre Obama para que adopte medidas proteccionistas (como hizo recientemente con la importación de neumáticos). El peligro de una guerra comercial es evidente.

En su primer discurso a la Nación, Obama demostró una profunda preocupación sobre la caída de su popularidad. Una erosión debida, en gran parte, a la implacable oposición del partido republicano. Queda por ver si el presidente abandona ya su intento de buscar el consenso en la política estadounidense. Después de las divisiones surgidas durante los años del mandato de Bush, Obama se comprometió a 'cicatrizar las heridas' y a tratar de llegar a acuerdos con los republicanos. Con ese objetivo, ha intentado suavizar algunas medidas de su programa electoral, como el de la reforma del sistema de sanidad, pero no ha tenido éxito alguno: ningún senador republicano prestó su apoyo al plan mientras muchos demócratas expresaron su malestar con las propuestas de compromiso. En su discurso ha dejado muy claro que no tiene la más mínima intención de rendirse frente a la oposición del Senado. Si quiere cambiar el declive de su primer año de mandato, es una batalla que tendrá que ganar.