Artículos

Rebelión en la granja

¿Qué es lo que ha fallado para que los pollos y los cerdos no acaben con el género humano?

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Estamos ya en lo crudo del invierno y no se han cumplido nuestras imaginaciones más apocalípticas con respecto a la gripe A. Con arreglo a las alarmas puestas en circulación por los expertos sanitarios y por los políticos expertos en sí mismos, nos habíamos hecho a la idea de que las calles amanecerían repletas de cadáveres y unos obreros disfrazados de enterradores de la Edad Media se dedicarían a recoger a las víctimas, que serían trasladadas en un carromato tirado por una mula a una fosa común. Imaginábamos ya procesiones con flagelantes y con curillas milagreros, en petición de súplica a las alturas. Imaginábamos cerrados los lugares públicos, con una X pintada en la puerta como señal de núcleo infeccioso. De momento, en película se queda, por fortuna, la película.

A la gripe A la conocimos en un principio por una denominación más rústica: gripe porcina, lo que añadía a las molestias propias de toda patología viral un componente de ruralismo inelegante, y tampoco se trataba de eso, de modo que enseguida dispusimos no sólo de una vacuna surgida por sorpresa, sino también de una denominación más decorosa.

Ya nos llevamos un sobresalto con la gripe aviar, con la que tampoco llegó la sangre al río. Primeros los pollos, en fin, y luego los cerdos. Creo, no sé, que los científicos deberían tener en cuenta un dato a la hora de analizar el origen de esos amagos pintorescos de pandemia: ¿no resulta sospechoso que sean precisamente los pollos y los cerdos los animales que más devoramos? Ahí tiene que haber un elemento de venganza. Llevamos siglos matando pollos y cerdos para poder comer alitas de pollo en salsa picante o jamón de bellota, y todo tiene un límite. Mi hipótesis científica al respecto es que tanto los pollos como los cerdos han montado unos laboratorios secretos en los que cultivan virus dañinos para sus verdugos humanos. Es verdad que matamos a cualquier bicho viviente, y que por comer nos comemos hasta las ranas, pero me temo que la peor parte se la llevan los pollos y los cerdos, de ahí que no sea casual que estas dos pandemias ficticias hayan tenido su origen en esas dos especies sometidas a un continuo holocausto.

¿Qué es lo que ha fallado para que los pollos y los cerdos no acaben con el género humano? Muy sencillo: sus laboratorios clandestinos no disponen de la tecnología ni de la experiencia de nuestras grandes empresas farmacéuticas, empresas filantrópicas que llevan años defendiéndonos no sólo de amenazas mortales, sino incluso de nuestras indigestiones de pollo o de cerdo, que podemos paliar con una pequeña dosis de sales de fruta o de simple bicarbonato. Y esas empresas se han hecho tan ricas con los productos antigripales, que me temo que van a hartarse de comer pollo y jamón. Porque está visto que aquí siempre pierden los mismos.