CARTAS AL DIRECTOR

La gripe A, cara a cara

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Hoy es un día gris y terrible, como casi todos desde que cayó enfermo a mediados de noviembre del pasado año. Paco ha muerto esta madrugada. Acabamos de traer a casa las cenizas de su cadáver, incinerado esta tarde después del preceptivo velatorio. La causa oficial de la muerte son las múltiples complicaciones sobrevenidas después de una neumonía fulminante que lo ha mantenido casi siete semanas en la UCI. Hoy, un día gris y terrible, Paco ha engrosado la estadística de fallecidos por causa de la gripe A.

Paco era un hombre normal, un hombre corriente. Hasta donde lo conocía, no tenía nada que lo hiciera destacar: no estaba especialmente dotado para las relaciones sociales, no tenía inquietudes artísticas, no despuntaba. Fuimos compañeros de clase en el colegio, donde no recuerdo que trabáramos relación más allá de las clases, y después nos perdimos la pista. Hace tres años largos, la providencia y mi pasión inmoderada por mi compañera nos convirtieron en cuñados.

Paco era un hombre normal, un hombre corriente. Un buen trabajador y buen compañero. Buen padre y buen esposo. Siempre disponible y siempre dispuesto a hacer lo que correspondiera. Con sus cosas buenas y malas, como todo el mundo. Pero, como hemos podido ver esta tarde en el cementerio mientras lo arropaban decenas de personas que no lograba esparcir la inclemente lluvia, Paco era muy querido. Un hombre bueno.

El asunto de la gripe A es complejo. La toxicidad informativa que lo envuelve ha conseguido que no sepamos a qué atenernos y que, hasta mediados de noviembre, lo viéramos como algo muy lejano: una cansina noticia en el telediario, algún chiste, un comentario ingenioso durante el desayuno en el trabajo. Sin embargo, cuando se la encuentra cara a cara, en tu familia, un manto gris de desesperanza lo envuelve todo. Todo son dudas, inseguridades; nadie está seguro de qué hay que hacer para darle solución. El azar conquista las voluntades y machaca los sentimientos.

Los que me conocen saben que soy de natural pacífico, que sola idea de la violencia me da náuseas, pero la posibilidad, por poco probable que sea, de que Paco haya muerto porque alguien, en alguna parte del planeta, haya urdido un plan para obtener beneficios multimillonarios sin importarle la muerte de unos pocos y el sufrimiento de muchos, me revuelve los adentros hasta el punto de desear con toda mi alma que cualquiera que haya podido contribuir a que lo que queda de él sea una vasija de cenizas aún calientes, tenga el mismo destino. Y no me refiero a que le desee una muerte lenta y dolorosa, sino a que tenga que presenciar cómo una madre destrozada debe contarle a su hija de doce años que El Papo está en el cielo, y sienta, como hoy he sentido, el corazón haciéndose añicos a la vez que el de la niña cuando se da cuenta de que ya no verá nunca más a su padre.