Antonio y María han visto como el histórico inmueble ha ido perdiendo su lustre. Pronto, le dirán adiós para siempre. :: ANTONIO VÁZQUEZ
EL PUERTO

Los últimos de palacio

En sólo unas semanas, los inquilinos cambiarán los puntales y las grietas por techos solares y sensores de luz Una promotora realojará a los vecinos de la Casa de las Cadenas en otro palacete que han rehabilitado para ellos

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Son las doce del mediodía y en la Casa de las Cadenas ya huele a guiso de carne con papas; un olor que abre sin duda el apetito de cualquiera, si no fuera porque, según sople el viento, este aroma se entremezcla con el de tubería vieja y humedad. El zaguán absorbe toda la luz que a esa hora entra en la vivienda. Una vez traspasado, reinan las sombras. Entre maderas, puntales y plásticos que evitan que caiga el caliche, no hay espacio para mucho más. Ni siquiera para imaginar cómo insignes cargadores a Indias remataban en ese mismo patio sus negociados, o como el rey Felipe V e Isabel de Farnesio dormían en las dependencias de la planta superior.

Ahora, la historia ha cambiado. Y, mucho. Ya no hay para lujos. La Casa, catalogada en 2006 como Bien de Interés Cultural se cae a cachos, y, trabas legales y administrativas impiden, por el momento, su rehabilitación. Pero, al margen de estos asuntos, la vida continúa entre sus históricas paredes. Concretamente, la de seis vecinos que, dentro de unas semanas-si ningún otro inconveniente frustra el intento- serán realojados por la nueva propiedad del inmueble, la promotora catalana Hato Verde Golf, en unos modernos apartamentos de un palacete que han rehabilitado para ellos en la calle Pagador.

Maleta de recuerdos

Encarna no sabe ya dónde meter sus cosas. Es difícil guardar toda una vida en cajas. Sobre todo si dentro de poco vas a cumplir los 80 y has criado a tus cinco hijos bajo el mismo techo. «No sé ni por dónde empezar», cuenta mientras enseña su «palacio» de 120 metros cuadrados. «Yo aquí vivo muy bien porque hemos ido haciendo nuestros arreglitos pero entiendo que esto está muy mal y tenemos que irnos». Su voz se quiebra. Le duele hacer las maletas a sus recuerdos. «Ahora, eso sí» -se repone- «a ver qué me ofrecen». Vecina de renta antigua, no va a pasar por cualquier aro. La propiedad se ha comprometido a no subirles el cobro mensual en su nuevo apartamento. «Pagan de 10 a 60 euros y seguirán pagando lo mismo», asegura Ildefonso López, de L&P inmobiliarios, intermediario de la propiedad. «La promotora nunca ha querido echar a los inquilinos, no somos 'asustaviejas'».

Francisco es el marido de Encarna. Lleva en la casa desde que se casó con ella. Más de medio siglo. «Aquí éramos unos 40 vecinos. Ya quedamos muy pocos». Entre ellos, María y Antonio, otros supervivientes de palacio de 76 y 79 años. «¡Qué se va a caer y nos tienen aquí!», exclama la señora de la casa nada más conocer al visitante. «Lo último es que nos estamos lavando como los gatos. Y esto. todo apuntalado. ¡Mira!, si te pones aquí se mueve». «Yo nací ahí arriba», señala Antonio. «A mí, no me da pena irme. Cada día veo una raja nueva en la pared. Como cuando se cayó hace unos años la cúpula del edificio. «Mi hija estaba al lado. Podría haberla matado».

De visita a la obra

Antonio, pescador jubilado, atraviesa la Plaza del Polvorista y encara Fernán Caballero para llegar a la que será su nueva casa. Atrás deja los puntales y abre la puerta de su nueva vida. «Mira, ésta es la mía», le indica a Rafael otro de sus vecinos con el que coincide de visita a la obra. Acabados perfectos, parqué, ascensor, sensor de luz, ducha adaptada. «Se ha hecho un trabajo muy cuidado. Siempre pensando en ellos», indica el arquitecto Adolfo Monserrat, quien ha rehabilitado la finca con Construcciones AM, una labor que, sin duda, será muy agradecida. También, por Rafael, tres infartos de miocardio le obligaron a dejar la mar. «En la otra, el techo de la azotea se me viene encima cada vez que llueve», cuenta. Pero eso ocurre a cinco minutos de allí a pie. Mientras, en Pagador, las bromas se suceden. «El día que me venga para acá voy a cogerme una borrachera. Aunque me suba la tensión y mi mujer se enfade conmigo», remata Antonio.