EL COMENTARIO

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Á spero, a la larga, acaba siendo el sabor de fondo de la vida. Y se vislumbra su oscuridad de fondo aún en los días más claros. Es curioso, por más años que uno cumple, siempre espera encontrar una pista. Porque con la edad no se aclaran las cosas, siempre lo digo. Es al contrario: se nublan, se complican. Se supone que la experiencia debería permitirte verlo todo con mayor lucidez pero me temo que no es así. Si acaso, te desapasionas. Aunque eso tampoco es ningún chollo.

En fin. Por eso creo que es preciso celebrar los hallazgos imprevistos. Como esa sencilla formulación de la psicóloga García Larrauri, de la Universidad de Valladolid, que ha iluminado estos días las páginas de los periódicos, a menudo tan turbias, tan acerbas: «Dar las gracias y ser amable son claves para tener una vida feliz».

Ésa es la conclusión a la que ha llegado. ¿Acaso no lo habíamos sospechado desde siempre?

La psicóloga ha descubierto que la antipatía y el mal humor son contagiosos. Que el cenizo intoxica su propio entorno. Que envenena el zumo en que se cuece. Por el contrario, ser amable, pedir las cosas por favor, dar las gracias con una sonrisa, tiene un efecto relajante y positivo. Y hace que el universo entero conspire a tu favor. Lo dice el budismo. O quizá sea Paulo Coelho, es igual.

La verdad es que me encantan esta clase de experimentos científicos, o lo que sean. En los últimos años, seguro que se acuerdan, otros científicos de distintos sitios han asegurado haber demostrado que las personas que creen en Dios o hacen el amor con frecuencia viven más tiempo.

En el fondo, me temo, siempre se trata de restar estrés, de sumar amor. Además, nunca está de sobra hablar de amabilidad y civismo en este país. Casualmente hoy mismo estaba leyendo un libro en el que aparece una cita de Maura donde nombra «la pertinaz mala crianza cívica de los españoles».

Probablemente, una amabilidad fría y falsa no sirva de gran cosa, es cierto. Si somos sensibles a la sonrisa, más lo somos a la hipocresía. Pero la mera cortesía elemental ya es algo. Según Nicholas Humphrey, existen datos científicos que demuestran que, de hecho, poniendo una expresión determinada se produce la emoción correspondiente.

Es decir, que basta con hacer el esfuerzo de sonreír para empezar a sentirse un poco más alegre. Los actores lo saben. Con todo, ya saben: agrisado y opaco es el color de fondo de la vida. Y permanece su retrogusto amargo hasta en los días más dulces.